Easy Rider, Dennis Hoper (1969). Una de las ‘mamás’ del género road movie. Un hermoso canto a la libertad. Dura. Durísima. El reflejo más verdadero de un país de raíces torcidas, de una sociedad que nunca va entender. Da la triste idea que aún escapando, la realidad siempre te da la vuelta y te noquea.
Espartaco, Stanley Kubrick (1960) Defina ‘película épica’. Más allá de algunas exageraciones (diálogos demasiado dulzones y una extensión más que excesiva), la película es un pedazo de cine. Siendo buena, no entra ni el top 5 de Kubrick, uno de los grandes maestros de la historia. Kirk Douglas es buenísimo.
Killer of Sheep, Charles Burnett (1978). Acá radica la verdad. Esto es lo que se vive. En esta película se puede entender la calle. Así es la historia para los negros de Estados Unidos al final de la década del 70.
Es subirse ocho a un auto para un día de picnic y terminar al costado de la ruta por la rueda pinchada. Es el ir y venir de las tiendas de licor. Es el baile sensual entre una pareja desgastada. Es la tierra. Las piedras como juguete entre los chicos. Pantalones rotos y zapatillas sucias. Calor. Sin espacio para la creatividad, sin margen para lo diferente.
Es tiempo de ir a la fábrica a sacarle el pelo a las ovejas. De callar.
Boy Meets Girls, Leos Carax (1984). Uf. Uff. Ufff. Suena When I live My Dream, de David Bowie. Hay un pibe que camina por una especie de malecón. Lleva los auriculares puestos y carga un walkman gigante. Se detiene a apreciar a una pareja que se besa. Les tira unas monedas. La música no deja de sonar. Genial momento.
Así se construye Boy Meets Girls, la primera película de Leos Carax (director francés que estuvo en el MALBA y regaló conceptos geniales alrededor de su cine). Un gran momento detrás de otro.
Por momentos es una secuencia divertida. Por otros, algo intrigante. A veces, inexplicable. Carax tiene en esta película a un protagonista único. A un actor único. Es un personaje que se la pasa viendo el mundo como si no existiera. Aprecia las cosas desde muy cerca sin que los que están alrededor se den cuenta de él.
La película tiene la frescura de lo imprevisible. Nunca me voy a olvidar de la secuencia en la que abren un pinball y la cámara se detiene a jugar sobre la parte de atrás del juego mientras un grupo de asiáticos aprecia la escena con preocupación. Llena de cables y luces. El protagonista puede salir con cualquiera. Y esto está realmente bien.
Out of Africa, Sidney Pollack (1985) Oh, enamorarse de Meryl Streep. Es la confirmación del encanto: no importa si luce vieja o joven, si el peinado le queda bien o mal, si parece flaca o gorda. Al final, todo está en la mirada y esa sensación que solo algunos pueden transmitir.
En el personaje de Karen, interpreta a un personaje perdido. Sin familia, sin un título, sin riqueza. Y sin amor. Hasta que aparece Denys (Robert Redford) para darle sentido a todo. La película es una aventura, una fantasía que no puede ser y se traba. El relato se vuelca en la ternura de lo extraordinario: Denys y Karen son una pareja de momentos especiales, no del día a día. No hablan de sus problemas habituales, solo quieren contar cuentos, salvarse de los leones, discutir cosas grandes.
La película es demasiado larga y no llega a lograr ambientes de intensidad plena (a diferencia de la extraordinaria Los puentes de Madison: ahí sí, Clint Eastwood logró una idea de aventura diferente).
Quedan varias cosas dando vueltas (la relación de ella con los africanos, la vida de él fuera de ella, la situación política-histórica algo confusa).
Lo mejor está en esas escapadas, esos planos gigantes, acompañados de una música digna, que muestran a la naturaleza cruda y real. Tan real como el amor de ellos dos.
La profesora de piano, Michael Haneke (2001). Qué cabeza extraña y extraordinaria la de Haneke. Siempre sale con algo diferente. Tan diferente que juega al límite, al borde de lo que se puede tolerar, muy lejos de lo ‘normal’. Desafiante y para nada aleccionador.
Haneke se divierte desde atrás de la cortina del teatro, nunca sale a saludar al público y le da igual si algún espectador abandona la sala antes del final.
Isabelle Huppert interpreta uno de los mejores papeles de su historia cuando se pone en la piel de una profesora de piano que vive con su mamá, tiene particulares inclinaciones sexuales y se ¿enamora? (porque nada termina de quedar claro) de uno de sus alumnos.
Fuerte. Difícil de digerir. Gris. Haneke.
Un hombre sin pasado (2002), Aki Kaurismäki. Son tan tiernos, inocentes, buenos y suaves las miradas de Kaurismaki sobre el mundo…que es imposible no pensar que el mundo sería un lugar espectacular si hubiera más como él. Porque, aunque muestra el lado B de un país primermundista como Finlandia, los tonos que elige, los ritmos y hasta los colores dan la idea de que las cosas siempre deberían mejorar aún cuando parece que no pueden ir peor. Y también genera la sensación de que la vida nunca puede ser demasiado seria. Siempre está la música, un cigarro y algún lugar para dormir. No se necesita mucho más.
Un hombre sin pasado es Kaurismaki.
El rey del Once, Daniel Burman (2016). Qué bueno que es Burman para mostrar lo cotidiano con simpleza, calidez y alegría. Eso, alegría. Porque Ariel vuelve desde Nueva York al Once, el barrio de su infancia, y no encuentra casi nada bien. Su papá, Usher, ni siquiera lo quiere ver. Todo está desordenado, la gente vive mal. Pero, sin embargo, le quedan espacios para disfrutar. Al principio no lo entiende, pero después todo decanta.
El rey del once es una crónica de la cultura, la tradición y la herencia. Una herencia que, aunque puede ser dolorosa y con más heridas que otra cosa, se percibe con un tono diferente.
Ariel se acuerda cuando su papá fue a un funeral en vez de al acto del colegio aunque él era abanderado. Pero hoy ya no lo ve con la amargura de la soledad. Lo mira con la idea de la responsabilidad, del aprendizaje.
La historia tiene un montón de momentos divertidos, entre las conversaciones entre padre e hijo y los relatos de la cultura judía.
Salvo algunos momentos algo confusos con Eva y algún que otro personaje algo inverosímiles, El rey del Once es un toque de sencillez bien logrado.
PEL