Creo que no fue un gran año. Haciendo el repaso general, diría que hubo sólo un par de obras maestras, algunos muy buenos intentos y no mucho más. De hecho, hubo varias semanas en las que fue necesario ‘pasar’ del cine. Simplemente no había ninguna oferta atractiva.
Igual: siempre que la consigna sea ver muchas películas, la idea no puede ser nada y la felicidad, en mayores o menores cuotas, casi siempre está asegurada.
Sieranevada, Cristi Puiu (2017). El mejor estreno del año. Las razones:
1-El ojo. Puiu parece tener una extraña sensibiidad para captar de una manera perfecta a sus personajes. En la primera secuencia, a la distancia, como si advirtiera que el punto de vista que se va a venir no juzgará a nadie, sólo rondeará como si fuera un fantasma.
2-La vida. En una reunión familiar, Puiu propone una serie de temas ambiciosos. Y casi todos los aspectos que decide tocar (salvo el político, que se pierde un poco entre Charlie Hebdo y el 9/11) se llenan con calidad. La cuestión religiosa con el cura que invade la casa, las imágenes de santos sobre cada repisa, la mujer comunista que los odia. El tema familiar con la tierna mirada de la mamá a su hijo (inolvidable), la complicidad de los hermanos, el hartazgo de lo de siempre. El amor, o la costumbre de estar siempre con la misma persona. El diálogo desliza inteligencia, cultura y, principalmente, vida.
3-Europa profunda. No termina de quedar claro si la mirada que muestra el director es un fiel reflejo de las personas que viven en Rumania, pero sí es evidente que las formas de ser son muy diferentes a lo que se puede conocer de la Europa-turista. Los rumanos gritan mucho, se pelean en la calle, manejan muy mal, tocan la bocina, son afectuosos, hablan de los rusos y de Estados Unidos. Son un mundo diferente. Tan distinto como fascinante.
4-La filmación. Puiu muestra a una reunión familiar con gente común y corriente y una casa que no llama la atención, pero le regala a la historia una intensidad única. Elige planos secuencias para ir de un cuarto a otro, de un ambiente grande a otro chico. La cámara no se mueve, pero los personajes -como si fuera una escena teatral- van y vienen.
Zama, Lucrecia Martel. La directora le grita al mundo que la historia que se contó no necesariamente es la historia que pasó. Exhibe que, para acercarse lo más posible a la realidad, se necesitan más relatos paralelos como el de ella. Que el hombre blanco fue el único que dejó un antecedente más o menos válido sobre lo que pasó cuando se abalanzaron sobre el nuevo mundo.
Es probable que Zama, con tono literario no sólo por estar basada en el libro de Di Benedetto, sea la película con más altibajos de Martel. Tiene muchas repeticiones, probablemente por esta idea del paso del tiempo, por la intención de mostrar la degradación del personaje principal, desesperado por escapar del río, ese lugar horrible, lleno de moscas, con suciedad y animales por todos lados. Volver a España. Como sea. La crítica completa, acá.
Dunkerque, Cristopher Nolan. Hay una particular claridad en las imágenes. Todo se ve con una nitidez que transporta. Los sonidos estremecen. Las balas suenan demasiado reales. Las bombas explotan tan fuerte que dan miedo. Las situaciones son dramáticas. Hay desesperación, nada de consuelo. Lo único de lo que se acuerdan esos soldados es de su casa. Es lo único que quieren. Volver. Pura condición humana: sobrevivir, después lidiar con el resto. Crítica completa, acá.
El otro lado de la esperanza, Aki Kaurismaki. Si hiciéramos un juego en el que los espectadores fueran a ver películas sin saber de antemano quiénes son los directores, ¿podrían adivinar los nombres? Bueno, depende. Para algunos, será complicado. Para otros, muy fácil.
Cualquier persona que viera dos películas de Aki Kaurismaki reconocería sin ningún tipo de problemas cuando se trata de una obra suya. Porque tiene sello.
En El otro lado de la esperanza, Kaurismaki hace lo suyo: dice que vivimos en un mundo malo integrado por algunas personas buenas. Esa idea la transmite con un enamoradizo toque melancólico, una música que abraza y una forma de filmar elegante, sobria, sólida.
Es como si se percibiera que Kaurismaki tiene un corazón más bueno que el resto. Es la única razón por la que puede dirigir así.
Paterson, Jim Jarmusch. El problema de Paterson es que está encerrado. Cuando hace su trabajo de conductor de bus, no puede más que escuchar lo que dicen otros. Ahí, en su asiento, concentrado en manejar de manera ordenada y segura, no puede intervenir en otras conversaciones, no puede terminar de entender qué tanto hay de cierto o mentira.
Está encerrado porque tiene la cabeza demasiado programada. Por eso ni siquiera necesita un despertador para levantarse a las 6 todos los días.
Está encerrado porque no entiende a su mujer, pero la ama. ¿La ama?
Está encerrado en la rutina del paseo al perro y la cerveza en la barra del bar.
Está encerrado, salvo cuando hace poesía. Pero también está encerrado porque es viejo y no le alcanza el talento.
Jim Jarmusch regala, con algunos toques desafinados (el final con el poeta japonés, entre otras cosas), una poesía bella, , regular, pacífica y precisa de Paterson.
Paterson no es el hombre común. Se lo dice la nena poeta con la que se encuentra en la calle: “¿Un conductor de colectivo que lee poesía? Qué raro”.
Paterson es el hombre que espera. Y qué doloroso puede resultar la espera infinita.
Jim & Andy: The Great Beyond, Chris Smith. La pregunta: ¿hay que estar un poco loco para llegar a un grado de genialidad verdaderamente alto? Cualquiera que viera este documental diría que sí. Para ser bueno de verdad, hay que tomarse las cosas como Jim Carrey ~cuando interpretó a Andy Kaufman en Man on the Moon.
Básicamente, vivió como él (o sus personajes) durante toda la filmación de la biopic que exhibía la vida de uno de los comediantes más famosos y polémicos de la historia de Estados Unidos.
Pero lo que logra este extraordinario documental, que saca a relucir el detrás de escena del film que dirigió Milos Forman en 1999 y exhibe a Jim Carrey desde un punto de vista que impresiona, enloquece, indigna y conmueve, es pintar al hombre detrás del comediante-estrella. Y sí, Jim Carrey está completamente loco. Pero quizás esté completamente loco porque, para ser tan diferente -como es- al resto, decidió priorizar otras cosas. Como elegir que iba a vivir como uno de sus personajes durante días y días, siempre al borde del descontrol, siempre al límite de la locura.
Aunque es evidente que el hecho que se conozca material verdadero y desconocido de una súper estrella es atractivo per sé, probablemente el relato también funcionaría con un desconocido. El punto está en mostrar la locura de un artista que es tan bueno y comprometido en lo que hace que casi siempre resulta demasiado para este mundo.
Wind River Movie, Taylor Sheridan. Es muy lindo cuando un director se propone contar una historia desde lo más básico, desde el principio, el nudo y el final. Porque, en ese caso, sólo le queda que el relato sea mostrado con calidad. Más allá de qué tan buena puede ser esa rígida y antigua estructura, lo importante está en el cómo. Como los western, como las road movie. Cuando sale bien, es muy lindo.
A Taylor Sheridan, que ya había sido guionista de la muy buena Hell or High Water, le sale bien. No es un maestro, no tiene magia. Tiene practicidad en el relato. En su caso, es algo bueno.
¿Cuál sería el ejemplo perfecto? ¿Qué película representaría esta idea de simpleza, de guión más o menos chato que transmite ni más ni menos que CINE?: No Country For Old Men.
Después de la tormenta, Hirokazu Koreeda. Queda impregnado el cine de este japonés. No termina de quedar clara la razón, quizás es porque sabe apreciar muy bien a la gente, reconoce qué es lo que hay que describir para pintar a un personaje, entiende cuál es la mejor forma de contar una historia sin la necesidad de recurrir a cosas obvias.
En su última película, lejos de Nobody Knows o Still Walking, pero todavía en un nivel alto, retrata a una familia disfuncional con un emocionante toque de ternura y crueldad. La mamá le permite todo al hijo, pese a que parece hablarle y tratarlo mal. El hijo, que hace de cuenta que la considera bien, roba lo que sea de la casa de su mamá para venderla y apostar algo por ahí. No hay nada que él haga sin que lo sepa ella. Está en las miradas, en los gestos. Y ella deja pasar todo, porque ella es todo.
Koreeda es simple para filmar, pero muy efectivo. Consciente que sus historias difunden la cultura japonesa, cada movimiento tiene que ver con una forma de ser, desde el helado congelado hasta el aplauso sintoísta frente al retrato del padre de familia que murió.
El comienzo no fluye para nada, el final es una joya.
Un sol interior, Claire Denis. Isabelle ya no sabe qué hacer. Con más de 50 años, el amor le pasó por el costado. Tiene miedo a no tener a nadie al lado. Lo hace todo por enamorarse, lo hace todo por encontrar a él. Pero, por alguna razón u otra, él nunca llega.
Juliette Binoche hace todo bien: exhibe su cuerpo con soltura y calidad, su belleza verdadera. Se pone en la piel de un personaje complejo, histérico, al borde de lo irritante.
El camino de Isabelle muestra de refilón a un grupo de gente de una determinada edad y sector que no le queda más que ser aburridos y limitados, hipócritas y mentirosos.
Ella, atrapada, percibe que no hay camperas de cuero ni botas altas que la regresen a la juventud.