Hay que ir al cine al menos una vez por semana, sí, pero también hay que estar atentos al pasado. Hay que ver al menos una película de antes de los 2000 por semana. Ahí, sí, la cuestión se vuelve prácticamente infalible. Hay tantas joyas, tantas obras maestras, que no se puede fallar. Todos los años se repite la misma historia.
La batalla de Argelia, Gillo Pontecorvo (1966)
Ya no se hacen más películas como estas. ¿Por qué? Porque tiene un uso del espacio abismal. Porque involucra a demasiada gente sin un toque de tecnología. Porque es ambiciosa en su confección y perfeccionista en su ejecución.
Pontecorvo filma en una ciudad y la retrata de punta a punta: se encarga de darle vida al lugar. El lugar es un personaje más. Las escaleras angostas, las paredes gastadas, las casas a medio construir. Materiales que transmiten una sensación de la gente que vive ahí: hartazgo.
Hay algunas secuencias inolvidables, pero la más espectacular es la última, cuando el pueblo de Argelia sale a la calle y pretende tomar de vuelta su ciudad. Debe haber unas dos mil personas en escena. Ahí, la dirección se luce de verdad: hay tomas desde arriba que muestran a la multitud, desde los costados que exhiben el enfrentamiento con la policía, planos cercanos en los que se ven los detalles de los manifestantes. La acción transmite revolución.
Parece un documental, pero es ficción. Pontecorvo logra un ambiente asfixiante, denso, serio para describir el conflicto entre el gobierno de Francia y el norte de África (1954-62). Peliculón.
A Women Under the Influence , John Cassavetes, 1974
No sé si no elegiría el papel de Gena Rowlands entre las diez mejores actuaciones de la historia del cine de Estados Unidos. Sí, por supuesto que hay mucho mérito de la actriz. Pero todo está basado en un relato sublime de una pareja que no puede disfrutar.
Porque tienen la casa con el jardín y tres hijos hermosos. Cuentan con amigos y una familia atrás. Pero no. La vida, por alguna razón que se desliza pero no se termina de exponer del todo, les ganó hace mucho tiempo.
Mabel ve al mundo de una manera diferente al resto. Se aburre. Le parece lento o poco sincero. Quizás por eso los chicos la entienden mejor.
Su marido. Nick, acumula demasiada furia. Porque desde el trabajo no paran de llamarlo para cubrir horas extra. Porque percibe que el cuerpo ya no le dará para seguir tirando de la cuerda, cavando, empujando o cargando en obras.
Porque no puede sentirse pleno. Cuando dice ‘relax’, ‘enjoy’ o ‘calm down’ son las palabras que menos siente de todas. Nick, como su mujer, necesita explotar por algún lado.
La película -obra maestra- de Cassavetes dura más de dos horas pero no deja respiro. En medio de secuencias locas, violentas y exasperantes hay un grito brutal contra la vida de la sociedad estadounidense media.
La familia italiana que come pasta, está unida y representa valores colectivos no es viable ni verdadera desde la mirada de A Women Under the Influence.
Hay una libertad para mostrar a los actores que llama bastante la atención. Cassavetes no sólo se los permite, sino que los obliga a jugar, improvisar, desatarse como si no hubiera una cámara alrededor. El resultado (no sólo en la pareja, si no en lo que les sale a los chicos, de manera casi natural) es agobiante, excesivo, perfecto.
Opening Night, John Cassavetes (1977)
El golpe del nocaut llega sobre el final, pero sólo porque hace un tiempo que el boxeador viene desgastando con golpes de todo tipo. Del round 1 al 12.
Cuando Myrtle Gordon llega al teatro para la ‘opening night’ en Nueva York, todo termina de cerrar.
El dolor de ella. La soledad. La locura. Lo imposible de aceptar el paso del tiempo. El adiós a la juventud. Pero hay un sentimiento que le gana a todo: el TALENTO. Los últimos 25 minutos de esta película son un derroche de talento pocas veces visto. Ella, con un toque de improvisación, domina todo. Todos los que están a su alrededor parecen levitar por la fuerza de ella (se podría escribir un libro sobre el personaje que funciona como ayudante de la gran actriz, dispuesto a todo, feliz de recibir los restos de su cigarillo a punto de apagarse), capaz de todo, lista para lo que sea, destinada sólo a la grandeza. Él, como actor, escritor y director, entiende que sólo hay que desatar al infierno, dejarla ser. Y qué bien lo hace.
El film, como todos los de Cassavetes, tiene un grado de realidad que asusta. La imprevisión genera un efecto loco, imposible de prever, desestructurado.
Cassavetes y Gena Rowlands son la dupla más espectacular de la historia del cine.
Una jornada particular, Ettore Scola, 1977
Scola le dice al mundo que el período que está filmando, el momento que decide mostrar en su película, es de color gris. Gris sepia. Como si los personajes estuvieran en una pecera con agua podrida.
El condominio de apartamentos de algún lugar no muy rico de Roma quedó vacío: todos se fueron a escuchar a Mussolini, que esa jornada terminó de presentar su alianza con Hitler.
Sólo quedaron Gabrielle (Marcelo Mastroianni), Antonietta (Sophia Loren) y la vieja y chusma encargada del gigante edificio. De casualidad, ella, ama de casa, mamá de seis chicos, ojerosa, cansada y dormida en la rutina, conoce a él, resignado, deprimido, vencido.
La historia, que parecía lista para contar un amorío pasajero, tiene un vuelco espectacular.
La dirección de esta película quedará en la historia dorada del cine italiano: desde el plano secuencia en el que se muestra el despertar de los departamentos a la escena de la terraza entre ellos dos, entre sábanas y ropa que se seca al sol. El desenlace es un golpe bajo duro pero real. Genial.
Expreso de medianoche Alan Parker, 1978.
¿Vieron cuando miran una película y no tienen ninguna duda de que es un clásico? Es una percepción, no hay una convención sobre este tema: bueno, con esta joyita de Alan Parker se siente en casi todas las secuencias. Tiene una muy especial que está entre las grandes de la historia del cine: cuando la novia de Billy lo visita a la cárcel en el momento en el que a él ya casi no le quedan rastros de condición humana. Brillante.
Stranger Than Paradise, Jim Jarmusch, 1984.
Jarmusch en toda su gloria. Una prima que llega de Budapest a la fría, triste y marginal Nueva York. Muchos cigarrillos, muchos silencios, muchas cosas que se dicen desde lo que no se dice. Un viaje. Más cigarrillos. “Stranger Than Paradise” remite, probablemente, a un grupo de gente que, aunque se ponga una camisa floreada y pretenda que sus días sean de viento, playa y mar…el contexto les hace marca personal hasta el final. El inicio de un director extraordinario.
Los puentes de Madison (1995), Clint Eastwood.
Eastwood es un perfecto contador de historias. Su arte está puesto en la narración. Los tiempos, las formas, qué contar, qué esconder. En esta gran película, tiene todo eso pero le agrega un toque clásico exquisito: una dirección perfecta, una fotografía que enamora.
La actuación de Meryl Streep tiene que entrar en el top 5 de su carrera.
La promesa, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne (1996)
La primera gran obra de excelencia de una pareja de hermanos de excelencia. Igor (un pícaro Jérémie Renier que remite al Antoine Doinel de François Truffaut) tiene que conformarse con ser socio de su padre, un estafador, un sucio, un hombre que se gana la vida desde la ilegalidad. Pero una promesa teminará por cambiar todo.
Igor se enfrentará ante un dilema moral gigante y la condición humana terminará jugando su partido más importante.
La historia tiene un encanto único, además de una identidad fílmica: a los Dardenne no les importa ser prolijos ni bellos en sus tomas, sólo quieren ser verdaderos. Y no hay muchas películas tan verdaderas como La promesa.
Buffalo 66, Vincent Gallo (1998)
Billy sale de la cárcel y la sociedad ni siquiera le puede ceder un lugar para mear. En los bares le dicen que no, en la estación de tren no le dan la llave. La secuencia es una pintura de lo que va a venir: el mundo no tiene segundas oportunidades y, si te caés una vez, se preocupa por aplastarte del todo.
Pero a Billy lo termina de salvar el amor. Un amor no querido ni deseado, inesperado. Un amor sincero y brutal. Cuando se encuentra con Layla (Christina Ricci, genial), nunca se da cuenta que a partir de ella todo puede cambiar. Tiene un caparazón resistente y está preparado para no sacar la cabeza nunca.
Vincent Gallo le da un toque melancólico, triste y gris a un relato contado con calidad. Porque en ese mundo en el que Billy no tiene lugar para mear hay también espacio para que se encuentre con Layla y ella sea la mujer que lo va a abrazar en un motel berreta. Y él sea el que sale a comprar chocolate caliente con la sensación de que en algún momento se puede escapar y no volver. Pero no. Porque la espera ella. Porque el gris -parece- puede tomar un poco de color.
Érase una vez en Anatolia, Nuri Bilge Ceylan (2011)
El ritmo lento, cansino, exageradamente agotador, es una de las grandes virtudes de esta película, una crónica que pone como excusa un crimen y la actuación policial para pintar con calidad una noche de un pueblo en el medio de la nada. El sistema está podrido. El jefe de la policía, sucio. El fiscal, negligente. Todos los que están alrededor, incapaces de actuar o tomar decisiones. El asesino, misterioso. El lugar es un personaje más: oscuro, ruidoso por el viento, imponente. El turco Nuri Bilge Ceylan, que ganó la Palma de Oro con la muy buena Winter Sleep, crea una pintura inentendible, imperfecta y profunda. Excesivamente larga.