Louie: la mirada de un genio

Se aprovechó del respeto y confianza de su profesor. Robó las balanzas del departamento de ciencias del colegio, se las vendió a un narcotraficante y se fumó y repartió la marihuana que recibió a cambio. Cuando su papá le pidió explicaciones, lo mandó a la mierda. Cuando su mamá le reclamó que ya no lo conocía, le dio la espalda y corrió. Cuando el psicólogo bajó un cambio, se puso al nivel y lo sacó de la turbulencia, lo ayudó a entender un poco más. Había hecho todo mal. Estaba solo, sí, pero había hecho todo mal. Louie pidió perdón.

Muchos años después, en la cocina de su departamento.

Mira a su hija. Está sentada, con la mirada perdida en un plato mientras juguetea con la cuchara y revuelve algún tipo de desayuno estadounidense. La acaban de ‘descubrir’ fumando un porro con su grupo de amigos. Tiene unos 13 o 14 años. “Bueno, es el fin de la infancia. Es el fin de la infancia”, le dice él. Y la abraza.

En la vida hay gente que es buena, muy buena y excelente. Y están los genios. Son los que rompen los paradigmas y ven las cosas de otra manera. Representan a los sin estructura, a los valientes sin buscarlo. A los diferentes. Louie C.K., el autor de la serie que lleva su nombre, forma parte del grupo de los distintos. La secuencia con su hija describe uno de los capítulos más trascendentes de su perfecta serie, que salió por FX entre el 2010 y 2015, tuvo cinco temporadas y 61 capítulos.

Es así: Louie C.K. está hecha de momentos perfectos.

Son perfectos porque son verdaderos. Imperfectos. Louie, un comediante cerca de los 50 que nunca quiso -pudo- abrazar lo que algunos consideran como ‘éxito’ y se dedica a hacer ‘stand up’ en bares chicos que lo mantienen siempre alejado de las ligas mayores, sólo puede estar obsesionado con lo real.

Son perfectos porque resultan impredecibles. Louie se ríe de la vida. En su vida puede pasar cualquier cosa. Que una mujer le rompa la cara en la calle. Que lo obliguen a tener sexo oral en un estacionamiento de un restaurante. Que una tormenta lo ubique como un inesperado héroe del fin del mundo. Que lo llamen para ser el nuevo Letterman cuando su carrera parecía apagada definitivamente.

Son perfectos porque no tienen formas. Louie se anima a ir cambiando los tonos de su relato a medida que avanzan las temporadas. Empieza con un matiz más bien gracioso, tirando a lo bizarro. Después se va metiendo en lo oscuro. Termina en una ola de depresión casi imposible de frenar. Viendo el final de The Deuce, la última serie de David Simon, me resultó imposible no pensar que el autor de The Wire se repite un poco. Sus finales, por ejemplo, son tanto una marca registrada como una copia. Música en off y relato coral sobre sus personajes. En Louie C.K todo es sorprendente. Cambia las formas de empezar, los tiempos, los finales, la duración de los capítulos. En Louie todo sorprende.

Louie C.K. es la versión evolucionada de Woody Allen. No tiene magia para filmar y carece de romanticismo. Ningún plano de su serie podría acercarse a los de Annie Hall o Manhattan. Pero la ciudad de Nueva York que retrata es tan real que da miedo. Louie necesita rogar perdón a un grupo de ‘bullys’ por haberles pedido que no griten en una cafetería, mientras estaba en una cita con una mujer. O sufre porque un par de locos lo persiguen a él y a sus hijas en medio de una noche de Halloween. Mientras los personajes de Woody filosofan sobre los temas más densos de la vida con largos soliloquios, Louie plantea más o menos lo mismo pero con hechos. No necesita del texto. Impone desde las acciones.

Guerra (un viaje espectacular a Irak que muestra la vida real de los soldados). Padres e hijos (la relación con sus dos nenas es brillante, irritante y divertida). La tecnología (el capítulo en el que su hija mayor le explica por qué miraba su celular mientras veían una obra de Broadway…una maravilla). Sexo (humillante, necesario, reconciliador). Raíces. Viajes. Amistad (el capítulo en el que un viejo amigo lo visita y él se despega de todo…brillante).

No es que le salió de casualidad. Louie, que unos años más tarde haría la magistral Horace and Pete y la genial Better Things, es un talento fuera de lo normal. En un mundo de grises y repeticiones, lo único que no cuesta reconocer a esta altura es la mirada de un genio.