Hay escritores que toman de sus autores favoritos el estilo. Otros, una u otra idea. Alguno copiará la cuestión técnica de cómo plantear diálogos, capítulos, párrafos y frases. Pero lo que Vasili Grossman heredó de Tolstoi es una condición única: la ambición.
Grossman, un escritor ruso que hizo de periodista en el frente de batalla durante casi toda la Segunda Guerra Mundial, se propuso, como lo había hecho -y conseguido- Tolstoi en el siglo XIX, escribir la gran novela del siglo XX. Y lo logró.
Vida y destino es una pieza maravillosa que abarca todos los temas, todas las historias, todos los relatos. Es una verdadera maravilla. Es la heredera de la fabulosa Guerra y Paz, de Tolstoi.
Por Una causa justa es un libro que antecede a Vida y destino, pero igual de bueno (aunque no tan maravilloso). Grossman tiene una estructura inmensa de personajes, situaciones y recorrido. Y todos los aspectos le salen bien porque escribe de lo que sabe. Como periodista de guerra, recorrió con los soldados miles de kilómetros. Retrocedió por el ataque de los alemanes. Observó el miedo de los que tenían que arriesgar su vida Entendió el comportamiento de los superiores. Pasó hambre, tuvo sed. Reconoció el sentimiento de los que viven en el pueblo que ahora está tomado por ejércitos. Supo qué se siente cuando alguien está a punto de morir.
En Guerra y Paz, la mirada se posa sobre el pensamiento de Napoleón y su estrategia para vencer a Rusia. También sobre el general Kutusov, desgastado por tantas derrotas. Pero la guerra de Tolstoi no es sólo la de los líderes. El ruso describe a las trincheras, explica el sentimiento de los soldados, los expone. Tolstoi se encarga de crear todos los puntos de vista posibles.
Como su maestro, Grossman, que leyó y releyó Guerra y Paz entre las trincheras y las bolsas de dormir, se propone crear un mundo gigante, casi sin límites de espacio. Sabe lo que dice cuando describe la vida de los soldados, las carencias de los oficiales y la valentía de los que están en el frente, pero también se anima a interpretar dos o tres secuencias de Hitler y sus seguidores. Se pone en la piel de los alemanes, entiende la vida de un científico y también de un jefe de una fábrica. Y qué bien le sale. Juega con la cuestión moral todo el tiempo y antepone constantemente las supuestas obligaciones que impone el Estado sobre el instinto de la gente.
La novela tiene momentos filosóficos, románticos, de guerra. Lo tiene todo.
El Grossman de Por una causa justa (1954) no era el mismo del de Vida y destino (1959). Y se nota. En la segunda novela, el escritor no le tiene piedad a nada. Se anima a caerle a los nazis (hay descripciones terribles, asfixiantes, del trato de los alemanes a los judíos), pero también le pega al regimen soviético, algo que no pasa en su primer intento. Para esa época, todavía no había sufrido el terror de Stalin y su punto de vista era más chico.
El escritor que no sólo no se casa con nadie sino que le cuestiona a todos es espectacular. El observador de la vida de guerra que -por ahora- está enamorado de los ideales soviéticos y no pone en duda nada es menos sabio. Es una de las grandes diferencias entre Vida y destino y Por una causa justa (y también la diferencia con Tolstoi que sí logró hacer dos grandes obras maestras, si a Guerra y Paz se suma la espectacular Anna Karenina).
De todas maneras, lo que propone Grossman con Por una causa justa es una forma de hacer literatura que no sólo no existe hoy si no que fue cosa de pocos en la historia de los libros. Pero, como buen ‘alumno’, no se dejó amedrentar.
Grossman no se proponía escribir una novela; pretendía publicar una obra sobre la vida en todas sus dimensiones. La única forma de hacer algo trascendental. El heredero no podía aspirar a menos.