De monos, vacas, elefantes y camellos

Se acostumbraron a ser los reyes, los dominantes. Sí, reconocen que cada tanto pueden ligar un palazo de un guardia o algún dueño de los puestitos de artesanías, pero lo saben mejor que nadie: ahí, en la Isla Elefanta, a una hora de Mumbai si se accede con los barquitos que salen desde la Puerta de India, justo enfrente del hotel Taj Mahal, casi todos los que llegan son nuevos. De esos se aprovechan, de esos se abusan.

Los monos no tienen piedad. Tienen sed, tienen hambre, tienen víctimas. Están ahí, a la vista de todos. No necesitan esconderse.

Un mono, flaco, gris, no muy grande, corre desesperado hacia un turista que lleva en la mano derecha una botella de Sprite. El hombre pretende resistirse pero, después de forcejear y tironear unos segundos, se da cuenta que tiene la batalla perdida. El mono destapa la botella y toma Sprite bajo un sol que exprime.

Así, se van acercando a grupos que develan su fortuna: cazan por pan, gaseosas, sandwiches. Casi siempre ganan.

Las vacas se regocijan entre montañas de basura. Impiden el paso en las callecitas pequeñas. Se refrescan en las aguas del río Ganges, en Varanassi. Representan un foco de conflicto silencioso. Para los hindúes, son sagradas. A nadie se le ocurría tocarlas, aunque tampoco gozan de ningún ritual. Nadie las cuida. Son sagradas y olvidadas. Están ahí, vagando por las calles. Son flacas, desgastadas, con las costillas que parecen a punto de escaparse de sus cuerpos.

En plenos conflictos religiosos, los musulmanes suelen dejar pedazos de vacas sobre templos hindúes. No puede haber peor ofensa.

En el desierto de Jaisalmer, los camellos conviven con sus paseadores y generan una relación especial. Les hablan al oído y ellos obedecen, para nada revoltosos. Cansados.

A las ratas les encantan las vías de los trenes, especialmente las de Mumbai. Es probablemente el lugar donde más basura fresca. Los pasajeros, un mar de gente que va para un lado y otro, tiran todo hacia las vías. Los comerciantes que tienen puestitos de comida al paso, también. Ellas, las ratas, no se esconden. Corren carreras entre miles de personas que las ignoran.

Las gallinas no tienen ninguna chance. Apretadas en jaulas diminutas, ven pasar la muerte a cada rato. Sólo es una cuestión de tiempo: hasta que algún cliente haga su pedido. Entonces, el carnicero la sacará de su lugar y le cortará la cabeza en plena calle. En Nueva Delhi, un río de sangre recorre las callecitas cercanas a la Jama Masjid, una de las mezquitas más importantes de la India.

En Jaipur, los elefantes son parte del tráfico. Caminan con demasiada lentitud, como si fueran fantasmas, camino al Fuerte Amber, listos para cargar a turistas que no paran de sacarse selfies.

En la fiesta de Holi, en Jaisalmer, las vacas sí reciben atención. Les tiran pintura, las llenan de polvos, las hacen formar aprte de la celebración. Gigantes, entre la multitud, por primera vez parecen ‘trotar’, como si se sintieran vivas por un tiempo largo. O como si quisieran escapar, como si no les gustara nada lo que está pasando.