Big Little Lies: en el mundo de los ricos

Un crimen del que no hay nada muy claro. Alrededor de eso, un grupo de personas que entra en conflicto por situaciones que parecen menores. Una pelea de chicos en un jardín, una guerra sin sentido en la que unos no invitan al cumpleaños a otros. Una guerra de egos, una lucha de poder dentro de una burbuja de una lujosa ciudad de California.

Hay dentro de esa historia algunas situaciones particulares: tres mujeres. Una combate con un trauma imposible de borrar. Otra, ante la insatisfacción. La última, ante un marido violento.

La chica que lucha contra el trauma es hermosa, misteriosa (Shailene Woodley) y parece decidida a incorporarse a un grupo social que no le pertenece. La que pelea contra la insatisfacción es una mujer (Resee Whiterspoon) que hace que se lleva al mundo por delante y vive en una mansión frente a una playa paradisíaca donde ni siquiera llegan los turistas. La mujer que se enfrenta día a día contra su marido golpeador (Nicole Kidman) tiene una belleza fuera de lo normal, es una abogada exitosa, llena de plata.

El relato se dedica a mostrar problemas comunes dentro de un mundo elitista, de pocos.

Big Little Lies (2017), miniserie de HBO que todavía no tiene confirmada su segunda temporada, abre la puerta del mundo de los ricos. Y lo hace bien. No porque es verosímil (porque, la verdad, eso lo podrían comprobar muy pocas personas), sino por sus carnadas para ofrecer algo más o menos distinto.

El mundo de los ricos es tan miserable como todos, pero mucho más espectacular. Ahí es donde el relato de David Kelley se hace fuerte. ¿Qué hay atrás de toda esta gente hermosa? ¿Qué se esconde entre los millones de dólares y la ropa cara? Tanta basura como en el resto del mundo.

Pero el ritmo de la historia atrapa. La fotografía, bien clara y colorida, como el mar que aparece una y otra vez como el personaje más poderoso, funciona muy bien. Y lo más importante: las actrices se devoran el relato.

Reese Whiterspoon (Madeline) parece actuar un poco de ella misma. Es esa mujer desafiante, que avasalla, que se pelea con todos y no tiene filtros. Levanta un escudo de mentiras que, en algún punto, es imposible de sostener.

Shailene Woodley (Jane) es la mamá enamorada de su hijo. Soltera, persigue la sombra del hombre que le cambió la vida para mal.

Nicole Kidman (Celeste) es todo. Es un papel arriesgado que lo resuelve con soltura. Su marido, una bestia golpeadora, no la deja vivir. Ella no puede decir basta. Porque le da miedo. Y porque -parece- un poco le gusta.

El relato se dispersa entre la idea de aclarar el crimen con el que comienza la historia y el desarrollo de los personajes. Por momentos, unas historias toman mucho más peso (o generan más interés) que otras. Es interesante cómo los ‘grandes’ de la historia terminan atados a los chicos. Los hijos de los protagonistas no entienden de luchas de poder ni de escalones en la sociedad. Son los únicos que actúan con sinceridad. Los padres, no acostumbrados a esa forma de pensar, tienen que convivir con esa honestidad impregnada.

El final necesitaba ser sutil. Y, la verdad, tiene un toque facilista con un mensaje de superación femenina un poco forzado. Pero Big Little Lies nunca termina de ceder su costado de fascinación.

Bienvenidos al mundo de los ricos, donde para sobrevivir hay que hacer de cuenta que se vive dentro de una especie de película. Y, para eso, la mentira es la primera aliada.