No queda claro si le salió de casualidad o, en realidad, si fue una pincelada de un artista con talento. Pero Alfred, conocido ahora en el mundo del rap como ‘paper boy’, pegó un hitazo. Y se va a agarrar a ese tema todo lo que pueda. Earn, su primo-representante, también sabe que es una buena forma. Es la única forma.
Atlanta, una serie de nueve capítulos que ya tiene asegurada una segunda temporada por FX (aunque recién en 2018), regala una exquisita crónica de una ciudad a la que la gloria le dio la espalda desde siempre. El cine o las series nunca le hubieran dado atención porque carece de encanto: nada de la mística de Nueva York, lo snob de San Francisco ni lo legendario de Los Ángeles. Ahí está el foco de la historia que plantea Donald Glover, guionista y uno de los protagonistas.
Es la ciudad en la que no hay segundas oportunidades, ni cuentos de hadas, ni fantasía, ni dramatismo. Atlanta tiene gente común, autopistas gigantes, tráfico, barrios con casas iguales, comida chatarra, demasiados autos repetidos, pobreza.
Earn tiene facha, sabe cómo vestir, cuenta con buena presencia y es inteligente. Fue a la universidad y en algún momento abandonó. Ahora vende tarjetas de crédito en el aeropuerto, tiene una hija de menos de un año y duerme en diferentes casas todas las noches. Le encantaría refugiarse cada tanto en lo de sus viejos, pero ni eso. “¿Otra vez nos vas a pedir plata? No, no lo podemos permitir”, le dijeron la última vez. Entonces, cuando se entera que su primo, un gordo sin demasiadas luces que suele pasar sus días fumando marihuana en un sillón, metió una canción que suena cada vez más, se acerca. Ve una salida. ¿Existe la salida para su mundo?
No fue del todo popular ni hay mucha gente que la mencione, pero Atlanta es una serie de alta categoría que supo cómo desplazarse del resto. Cuenta con un toque perfecto de comedia y drama el día a día de un rapero negro que se hizo conocido por una canción y por disparar a un hombre que lo enfrentó en la calle (la primera secuencia de la historia, casi dos minutos que resultan una obra maestra). Se volvió popular por pegarle un tiro a una persona. Por volver a representar los valores de un género que parecía perdido: los raperos de hoy no hacen más que amenazarse por Twitter o Facebook. Paper Boy volvió a las raíces, despedazó la habladuría.
Atlanta se ríe de las historias de cuando Earn queda detenido. Regala secuencias divertidas, se burla de algunos típicos personajes de las comisarías. Pero, atrás de cada sonrisa que pueda sacar, hay una mirada fina a cómo funcionan las cosas. La brutalidad policial, las injusticias, las fallas graves del sistema.
A su lado, un primo que puede ayudarlo a ser más que el hombre de moda y un amigo (Darius) que representa lo contrario: ¿qué tiene de malo estar en un sillón en algún descampado de la ciudad fumando marihuana todo el día?
¿Y FX? ¡Que se cuiden HBO y Netflix! ¡Llega la competencia! El canal estadounidense arrastra un nivel impresionante con series como Fargo, Better Things y American Crime Story. En el 2017, se perfila para ganar más terreno y meterse en la pelea grande.
El relato es fresco, no se ata a nada (la duración de cada episodio, de no más de 22 minutos, es perfecta y plantea un posible cambio de paradigma, en un tiempo en el que todo tiene que ser rápido y ya). En uno de los capítulos, el foco se pone en un programa de televisión en el que Paper Boy es invitado a discutir sobre la cuestión racial y algunas peleas que tuvo en las redes sociales. El programa se mete adentro de otro programa y muestra al reportaje entero, con las publicidades del supuesto canal de televisión. Al principio cuesta adaptarse pero después no quedan dudas: la historia flota como una mariposa. Cada capítulo es un delirio creíble. “Quería hacer Twin Peaks con raperos”, dijo Glover sobre su obra.
En esas secuencias, Alfred regala teorías tan absurdas como lúcidas e inteligentes. Se mete en todo: la cuestión racial, las mujeres, la vida. Es un personaje extraordinario porque no tiene ningún tipo de filtro. Nunca se sabe con qué va a salir.
Son gente común marginada en un sistema que te aplasta, que no deja ni un poco de margen para el error. Para poder salir, hay que ser muy bueno. O contar con una canción de rap. Y soñar con escapar.