The Leftovers: la teoría del jab

Lo primero que hay que saber sobre el jab es que es un golpe incapaz de noquear. Por el alcance al que llega el brazo, por la posición de la mano, por el recorrido. Sí, puede dejar un pequeño dolor o marear al rival, pero no noquea. El jab tiene varias funciones: mantener alejado al adversario, hacer de avance de una serie de golpes en conjunto y, principalmente, desgastar.

De a poco, el jab cansa. Está hecho para los que no tienen demasiada fuerza como para depender de un gancho brutal o un uppercut. Fue creado para los pacientes, los más completos, los que saben cómo construir una victoria.

The Leftovers, serie de HBO no del todo popular, es eso. En los primeros rounds, deja muy pocas dudas: no hay ninguna chance de que este relato pueda conseguir un título. Pero, de a poco, con ese jab metódico, que busca en diferentes lugares, que no se apura ni da saltos al azar, ayuda para que todo sea más y más convincente.

Muchos argumentan que uno de los grandes méritos de un relato es el costado imprevisible. Que los autores no tengan miedo de limpiar a los personajes importantes. Pero esa forma, ese estilo, está reservado para los buenos de verdad. Para Mike Tyson, por ejemplo, con una fuerza bruta capaz de derribar un árbol. Sabía que no necesitaba mucho para noquear. Tenía un poder exagerado (¿Treme? ¿The Wire?). Pero esa idea también se puede representar en muchos otros peso pesados: el gordo que tira bombazos, bombazos y bombazos, no le pega a nada y queda en ridículo (¡Game of Thrones!).

Pasaron tres años del día en el que el mundo cambió para siempre, el día de la “Ascención”, cuando el 2% de la población mundial desapareció. 140 millones de personas que simplemente dejaron de estar. En Mapleton, una ciudad ficticia que se supone que está cerca de Nueva York, pasa lo mismo que en el resto del mundo: la vida ya no tiene sentido. La historia va a poner el punto de vista en diferentes personajes: el sheriff del pueblo, su hija, el cura, la líder de una secta que atemoriza a todos.

The Leftovers habla sobre la esencia humana. La esencia se distorsiona ante situaciones que no tienen que ver con lo normal. Todo se exagera, todo resulta ridículo, vano. La sociedad que muestra la serie está completamente descolocada. Lo malo que se conoce en el mundo “normal” está brutalmente exagerado. Las religiones sacan provecho, los fanáticos están por todos lados, los corruptos cuentan con más margen, las inmoralidades tienen más sentido y menos culpa. Es un mundo loco, exasperante, malhumorado. Irritante.

Hay que bancarse más de la mitad de la primera temporada en la que no pasa nada. El relato es oscuro, lento y misterioso. Es la teoría del jab. La historia regala elementos que, sobre el final, tendrán sentido y explotarán.

Una vez que las bases están sentadas, Damon Lindelof, el creador de la serie que también había hecho Lost, hace lo que mejor le sale: entretener. Sobre el final de la primera temporada y toda la segunda el ritmo se vuelve adictivo y entusiasma (las imágenes de los créditos iniciales son una muestra de la madurez de la historia. El de la primera temporada no termina de quedar claro. El de la segunda es espectacular).

La serie no entrará jamás al pedestal de HBO porque, en algún momento, no sostiene su teoría del jab. Cuando el relato parece enfocado a lo racional (sí, millones de personas se fueron pero el resto se mantuvo igual: los mano santa no existen, la magia tampoco y las supersticiones no son más que eso), se desvía y regala una pequeña dosis de delirio que es muy divertida pero no del todo consistente.

Del desgano a la ansiedad de que aparezca la nueva temporada. The Leftovers no es un campeón del mundo capaz de pararse mano a mano con los grandes, pero seguro que en muchos gimnasios habrá legiones de entrenadores viejitos que la recordarán con cariño: “Qué bien que usaba el jab ese pibe”.

 

Sobre la tercera temporada

Una locura que se volvió entrañable. Una densidad que se hizo suave y tierna. Un sinsentido que cerró por todos lados. El final de The Leftovers, una serie de HBO que vio muy poca gente, termina siendo una caricia al buen gusto.

Todavía quedan muchas cosas por resolver y sin explicar. Aún no resultan claros varios puntos. Pero la idea parece sencilla: basta con meterse un poco en el sentimiento de los personajes para terminar de sentir el relato en la piel.
Valiente, la serie no le teme al delirio. Y le sale bien. Ambiciosa, la historia tiene un toque poético-bíblico que por muy pocas veces suena exagerado y muchas bello y armonioso. La fotografía y dirección son sublimes.

De buen gusto, porque la música es profunda y no recurre al golpe bajo. De calidad, porque los actores son muy buenos.

De a poco, The Leftovers fue abandonando la teoría del jab por algunos capítulos en los que se tiraron algunos ganchos pesados. Pero, en el final, volvió el jab.

Un día, en el mundo desapareció el 2% de la población. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? ¿Por qué? Son preguntas que probablemente nunca se contesten. La historia pasa por cómo hacen los que quedaron para sobrevivir a esa locura. Y el relato se vuelve pesado, pesadísimo, demasiado oscuro. Por momentos, hay que soportar a la serie.
Pero, en la segunda y, especialmente en la última temporada, la historia se libera: se anima a todo. Cuenta la espectacular historia de amor entre Kevin y Nora en el medio de un caos. Y qué bien le sale.

¿Entre lo mejor de HBO? Da la sensación de que el tiempo va a hacer aún mejor a esta serie.