El cóctel es explosivo:
-Uno de los deportistas más populares de la historia de Estados Unidos. O.J. Simpson, el dios del fútbol americano.
-Uno de los casos policiales-judiciales que más rebotaron en el mundo.
-El paso del tiempo que hizo respirar a la locura mediática y el bombardeo de noticias. El interés reavivado.
-Grandes nombres en la vida real.
-Grandes actores para sostener el peso del relato.
American Crime Story parece haber sido pensada, antes que nada, para ser la serie más popular de la historia de Estados Unidos. A la primera temporada, El pueblo vs. O.J. Simpson, no le fue nada mal: la vio un promedio de 7,5 millones de espectadores por capítulo. Netflix ya le compró a Fox los derechos del producto para ponerla a disposición de un público mucho más grande a partir del 2017.
Todo en la serie parece una caricia a lo masivo, lo grande, lo mainstream. Tiene el gen de la adicción, una condición básica que impulsa a mirar un capítulo atrás de otro. El ritmo, frenético, se lleva puesto a todo. Pero, atrás de esas condiciones, hay calidad.
La estructura de la serie es sencilla. Cada temporada tratará un famoso caso criminal (la segunda estaría basada en el huracán Katrina y sus consecuencias; el abandono, la corrupción, etc). En la primera parte, la apuesta es grande. En 1994, O.J. Simpson, retirado del fútbol americano y dedicado a jugar al golf, aparecer en películas y publicidades y vivir como un rico blanco de Los Ángeles, fue acusado de matar a su ex esposa, Nicole Brown Simpson, y al amigo de ella, Ronald Goldman.
Después de un intento de escapatoria de película, va preso y empieza el show: el pueblo contra O.J. Simpson (una correcta interpretación de Cuba Gooding Jr.).
La excusa de la serie es mostrar paso a paso, con un nivel de detalle para aplaudir, las diferentes caras del proceso judicial de Estados Unidos. Cómo actúa la fiscalía, qué estrategias puede sacar la defensa (un dream team con los abogados más caros y famosos), cuál es el rol del jurado, qué tanta influencia tiene el juez. Alrededor de todo eso, la sociedad: los medios de comunicación, la opinión pública, la gente. Como publicó en su tapa la revista Entertainment: más que “Making a Murderer” es “Remaking a Murderer”.
Pero el foco del relato está puesto, con sutileza, en las miserias de la sociedad de Estados Unidos. Es 1994 y todo se trata de los blancos contra los negros, los negros contra los blancos. Unos, convencidos de que O.J. fue incriminado por la policía, racista y manipuladora. Otros, necesitados de que caiga el culpable, de que haya supuesta seguridad y justicia. El rol de la mujer y las víctimas de género son temas que tampoco quedan de lado.
El punto de vista del relato es valiente: deja mal parado a Simpson. Más allá de lo que pueden mostrar sus abogados defensores, lo muestran como alguien frágil, capaz de mentir y traicionar al que sea para salvarse. Porque su nombre es más grande que todo, más grande que la verdad. La serie nunca se va a anticipar al resultado del juicio (en Estados Unidos, no hay nadie que no sepa cómo terminó la historia; en el resto del mundo, es posible que alguien sienta verdadero suspenso por lo que puede pasar). También recibe un golpe la fiscalía. Atrás de Marcia Clark (Sarah Paulson, brillante) hay un equipo que sobró la situación y estuvo al borde de la negligencia.
La historia tiene varios detalles bien pensados. Por momentos, las secuencias del juicio se muestran con una definición de imagen algo borrosa, típica de la TV de 1994. El mensaje es claro: lo que ve el espectador está muy cerca de la realidad. Lo que ve el espectador de hoy es lo que se vio como una serie en 1994. Día a día, capítulo a capítulo, sesión a sesión.
El recorrido de American Crime Story toca con maestría la vida personal de los protagonistas. Es una vida teñida por el juicio. Es la vida de un país detenida por el juicio más popular de todos.
Es un show. La forma de contar la historia es TV pura. Va directo al golpe. No se toma demasiado tiempo, no da vueltas ni se vuelve loco con lo estético. Es una serie mainstream, que apunta al público grande. Y vaya si funciona.