Lebron James no puede perder con nadie, mucho menos con el fútbol

Juegan raro. Por momentos, da la sensación que son buenos por ser simples. Solucionan todo de manera sencilla. No hay amagues. Nadie pretende tirar un caño. A ninguno se le ocurriría pisarla un poco, amasarla. Pero, después, llegan las fragilidades. Intentan pararla con el pecho y la pelota rebota demasiado. Carecen de imaginación. No le pegan del todo bien. Juegan en una cancha de once de césped sintético, porque en el fútbol de Estados Unidos casi nadie se embarra las rodillas para robar una pelota desde el piso ni tiene que cuidarse en la ducha por una herida de raspadura. En Newark, Nueva Jersey, 18 adolescentes, de no más de 16 años ni menos de 13, juegan a la misma hora en la que la Selección de Estados Unidos disputa uno de los partidos más importantes de su historia, ante Ecuador, por los cuartos de final de la Copa América 2016.

-¡Hola, muchachos! ¿Por qué no están viendo el partido?

-¿Qué partido?

-El de la Selección de Estados Unidos, de la Copa América.

-Ah, sí…Nah, preferimos jugar.

“Profesor, aquí tengo una pregunta. Teniendo en cuenta la forma en la que llegan los equipos, ¿cómo cree que se dará el partido?”. La sala de prensa del Metlife Stadium explota de periodistas. La fila de cámaras atraviesa lo ancho del amplio salón. Hace calor, hay demasiada gente en un ambiente no muy grande. Ricardo Gareca responde una obviedad. “Seguro que será un partido muy difícil, peleado…”. La secuencia se repite una hora después, esta vez con Pekerman. La sensación desde ese lugar es que no puede haber nada más importante en el mundo que esas preguntas, ese partido.

Pero, unos minutos después de las conferencias de prensa de los entrenadores de Colombia y Perú, las luces del estadio se apagan. Las puertas se cierran. Y el fútbol desaparece.

Jhamal, un conductor de Uber, tiene su teoría sobre Lebron James y Stephen Curry: “Por un lado, quiero que gane Cleveland así Lebron puede ganar el título en su ciudad, con su gente. Por el otro, me gustaría que sea de los Warriors porque saben jugar muy bien en equipo. Curry es una estrella humilde”.

-¿Y te gusta el fútbol?

-Sí, por supuesto.

-Ah, ¿entonces vas a ver el partido?

-¿Qué partido?

-¡El de Estados Unidos!

-Oh, shit! No lo sabía.

-¿En qué dial de radio está?

-No tengo idea.

-Mira, para serte sincero, lo que viene primero aquí es el football. Después, la NBA, el baseball y el hockey. El fútbol, así le dicen, ¿no? Bueno, no es tan popular…

Y sigue escuchando el relato del partido de los Cleveland Cavaliers contra Golden State Warriors, el sexto juego de la final de la NBA.

Un bar de comidas rápidas en Newark, a unos 20 minutos en auto del estadio. Un televisor muestra el partido del equipo de Klinsmann, pero nadie lo mira. Todos hablan de Lebron. Lebron la está rompiendo, parece.

En un hotel de una zona de clase media baja de la misma ciudad, repleto de licorerías, iglesias bautistas y tiendas que no parecen vender más que papas fritas y comida chatarra, el encargado de seguridad abandonó su mesa de trabajo por el lobby. Parado justo abajo de la TV, mira la final de la NBA.

Entra un hombre negro, gigante, de unos 40 años. Cabeza tapada por una especie de bandana. Atraviesa el lobby y grita: “¡Lebrooooooooon!”. El guardia se da vuelta, lo mira y vuelve al partido. Justo en ese momento, llega el ascensor a la planta baja. Cuatro chicas miran la pantalla y lanzan: “¡Ey! ¿En qué canal lo pasan?”. “En el 212″, responde el guardia. Y suben otra vez.

Ganó Estados Unidos. El equipo de Klinsmann hizo historia. Pero en las calles no hay bocinas, gritos de goles ni fiesta. No es resentimiento ni antipatía. Simplemente no saben casi nada sobre su Selección de fútbol ni la Copa América.

En Nueva Jersey, una final con Lebron James de protagonista no puede perder con nadie. Y mucho menos con el fútbol.

(#) Artículo publicado en Goal.com