The Walking Dead: el círculo de la adicción

Es el truco del hambre y las miguitas:

Un hombre perdido en un bosque con hambre. Una bruja con un pedazo de pan gigante, a unos 30 metros. La bruja le pide al hombre que la siga, pero al mismo ritmo que ella. Y él obedece. Entonces la bruja le va dejando pequeñas migas de pan. Y el hombre va matando el hambre, aunque nunca termina de sentirse satisfecho. El juego debería terminarse cuando la bruja se quede sin pan. Pero, por alguna extraña razón, ella no se queda sin comida. El círculo nunca se termina.

The Walking Dead es un poco de eso: el hombre son los espectadores y la bruja, los productores de la serie. Pero hay varias diferencias: por un lado, el juego tiene mucha más elaboración y calidad. Por el otro, es un juego del que todavía no se sabe si realmente hay un final, aunque las señales indican que no.

Hasta ahora, cuando pasaron 99 capítulos y una pila de temporadas (el 15 de febrero se estrenará la segunda parte de la sexta), The Walking Dead, la serie más vista de la historia, es una obra imprescindible que llevó un producto televisivo a un nivel de adicción muy alto, como otras veces sólo lo habían logrado Lost (con un final flojísimo), Prison Break (sólo la primera temporada para rescatar) o Breaking Bad (muy buena, de principio a fin).

Es imposible no pensar en el círculo de la adicción. Pero, ¿hacia dónde fue The Walking Dead?

Basado en un cómic de Robert Kirkman, Charlie Adlard y Tony Moore, la serie se tomó una larga lista de libertades (Darryl, uno de los personajes más fuertes del programa, no existe en el papel). Y aunque su creador, Frank Darabont, se cansó de repetir que su show trata de ser impredecible, y que no tiene vínculo con ningún personaje, hay un patrón imposible de esquivar.

En la serie hay un personaje que parece imposible que se vaya a ir: Rick Grimes (Andrew Lincoln, un actor extraordinario), el gentil policía que se convirtió en salvaje, dispuesto a todo por sobrevivir. Y hay otros dos que también parecen intocables: Daryl, el que era un salvaje y se adapta como nadie al mundo de los walkers, y Glenn, el repartidor de pizza siempre dispuesto a sacrificarse por otros.

El foco de la serie es claro, y muy atractivo: el fin del mundo está planteado y los walkers parecen listos para acabar con todos, pero la atención no está puesta en ellos sino en los humanos. The Walking Dead es la guerra de hombres contra hombres en una realidad de devastación. Por momentos, es el sálvese quien pueda. Por otros, la crueldad. También la solidaridad, pero cada vez en porciones más chicas. Y en el medio de todos esos impulsos, el extremo: canibalismo, traiciones, fanatismo religioso, matricidio, amputaciones, chicos asesinados y muchas locuras más.

El reparo, y sólo eso, porque el desenlace de esta historia es una gran incógnita, tiene que ver con este círculo, este juego que no termina. Cada temporada tiene un villano (Shane, el Gobernador, el grupo de los lobos), un gran sacudón (Sofia, Lori, Lizzie) y un escenario (la calle, la granja, la prisión, el country). Ahora se le agrega la estrategia marketinera de romper las temporadas en dos, como para que el boca en boca, el consumo de los DVD y por páginas piratas de temporadas anteriores genere una ansiedad todavía más grande.

Todos esos recursos repetidos, a la larga, desgastan, por más que los personajes evolucionan, cambian y se transforman. Porque el tronco del relato se mantiene intacto, la esencia no se tergiversa. Entonces, resulta imposible no sentir el desgaste, más allá de que no hay capítulos que aburran o hagan perder la atención. Es el conjunto lo que hace algo de ruido.

La serie está muy bien cuidada. Los maquillajes, obra de Greg Nicotero, son perfectos y un homenaje ideal al cine zoombie. Las actores se lucen y encontraron el tono necesario del relato. La historia, aunque tiene algunos deslices de coherencia (en la primera temporada, los walkers parecen descubrir a los humanos por el olor; pero, en secuencias posteriores, las personas se esconden muy cerca de los zoombies y no pasa nada: entonces, ¿en qué quedamos con el tema del olfato?), está bien cuidado. La dirección transmite pura adrenalina, pese a que a veces se excede en las pistas que da cuando algo importante está por venir y por momentos vuelve a las acciones predecibles.

Lo que no hay es certezas. Porque, por el trazo que tomó la serie, se van a necesitar algunos toques para que esta locura de interés y popularidad se convierta en una verdadera historia de calidad. En caso de seguir así, no será más que el círculo de la adicción, un camino en el que todo se repite.

Si la bruja no cambia el juego, en algún momento el hombre se va a cansar, por más miguitas que queden juntar en el camino.