Sin más preámbulos, a la lista, por orden de excelencia:
Una mujer difícil, John Irving. Cuando terminé de leer El mundo según Garp estaba seguro que no podía haber nada mejor de este escritor. Hasta que llegó Una mujer difícil, otro novelón. En los dos, Irving se plantea contar un personaje a través de los años, se preocupa por abarcar todo lo que pueda, por desarrollar a un nivel amplio. Se siente cómodo en ese juego, lo ubica en un lugar perfecto. La historia de Ruth Cole es extraordinaria, apabullante, triste y nostálgica. Irving tiene una sutileza fuera de lo común. Para describir la infancia gris de su personaje, para contar con delicadeza una tragedia familiar, para pintar con magia a una mujer sola y detallar con coherencia a un hombre que hace un tiempo le dio la espalda a la vida. En Una mujer difícil (preciso y fino arte de Tusquets en la tapa) hay un poco de todo: un policial, un drama, una autobiografía. El plan, entonces, es leer por lo menos un libro de Irving al año, sólo para comprobar si esta locura de nivel de excelencia se mantiene o si en algún momento cae.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, Junot Díaz. Una verdadera obra maestra. Como Irving en Una mujer difícil, Junot Díaz precisa contar la historia de los que rodean a su personaje principal para que todo tenga más sentido. El resultado es fascinante, porque la historia de Óscar no es sólo la de un chico nerd con muchas problemas para socializar. Es la del desarraigo, la del latino en Estados Unidos, la del dominicano que aprendió de las desgracias de un dictador, la de la amistad, la del amor fallido, la del fracaso. Díaz escribe con un ritmo impresionante, mientras mezcla palabras en español con las de inglés. Óscar se convierte en un personaje querible y doloroso. Genial.
Conejo es rico, John Updike. No estoy tan seguro si siento tanta empatía con algún otro personaje de la literatura. Cuando uno se sumerge en la historia de Harry Angstrom, una obra monumental de Updike que abarca cuatro novelas (Corre, Conejo; El regreso de Conejo; Conejo es Rico y Conejo en paz) y una nouvelle (Conejo en el recuerdo), es difícil no sentir que el Conejo es alguien cercano al que la vida no trató del todo bien. O uno mismo, que en los momentos complicados pretende correr, escapar o sumergirse en días repletos de alcohol. En la tercera parte de la historia de este hombre común de Estados Unidos, el Conejo pasa por un buen pasar económico. Se resignó a lo que la vida le fue marcando: hacerse cargo del negocio de su suegro. Y vende muchos autos. De la saga, es hasta ahora la que más referencias sociales y políticas tiene. Harry llegó al tope de la frustración y ve en su hijo no mucho más que una extensión de eso. La magia que destila Updike sólo puede ser equiparada con Capote o algunos relatos de Cheever.
La guerra y la paz, Leon Tolstoi. Es obligación de cualquier lector digno que, cada tanto, se choque ante las fuerzas sobrenaturales de un clásico-oceánico. Desde afuera, alguno podrá decir que una novela rusa del siglo XIX podría ser aburrida. Hasta que lee las primeras 50 páginas de este librazo y los prejuicios quedan aniquilados.“Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro”, dijo alguna vez Vladimir Nabokov. Y no le faltó razón. Para leer la crítica completa, click acá.
Big Sur, Jack Kerouac. Lo leí un año después de En el camino y, perdón por lo obvio, pero Jack Kerouac es clase A. Escribía como vivía, con simpleza y desprecio. Ese odio a la vida, esa imposibilidad de sentirse bien, esa necesidad de ahogarse en alcohol sólo para subsistir le permitió abrazarse a la literatura como lo único elemental. Si no podía describir lo que sentía, entonces no le quedaba nada. Esa mirada lejana y despreciativa le dan un extraño tono ácido-dulce a sus libros. Lo mejor de Big Sur es en las primeras 60 páginas. Especialmente el momento en el que describe la carta de su mamá en la que le anuncia que su gato había muerto. Especial y conmovedor. Sin tener la brillantez de Cheever o la calidad de Updike en la prosa, Kerouac es imprescindible.
Luz y oscuridad, Natsume Sōseki. Con Soseki se entiende un poco más sobre lo que vino después: Oé, Kawabata, Mishima. Destila nostalgia en cada línea, con la base de representar parte del ser japonés como aspecto principal. En este libro (edición exquisita de Impedimenta) sin terminar, todo pasa por los silencios, por lo que no se dice, por los sentimientos, por una relación quebrada de una pareja recién casada, por la frustración de un hombre y una mujer que se dejaron llevar por una ola que rompió demasiado rápido.
Aguafuertes cariocas, Roberto Arlt. Lo leí con demasiado gusto. Me reí en la playa, en el hotel, en el avión, en el micro, en todos lados. No hay que ponerlo en duda en ningún momento, estimados: Roberto Arlt es de lo mejor. Crítica completa, acá.
No habrá más penas ni olvido, Osvaldo Soriano. Me gustan los libros en los que percibo que al autor le tiembla el corazón mientras lo escribe. No habrá más penas ni olvido es uno de esos. En la edición de Planeta, bastante fea y descuidada, hay una brillante carta de Cortázar al Gordo. Bastan esas 20 o 25 líneas para entender por qué el escritor de Rayuela era tan bueno cuando le confiesa a Soriano los puntos altos y bajos de su novela. Lo suyo estaba lejos de ser instintivo, analizaba a la literatura desde la teoría del mejor profesor, y a partir del escritor al que no le falta nada: calle, picardía, barrio. Vida.
Más allá de la carta de Cortázar, lo extraordinario de No habrá más penas ni olvido está en la prosa. En la sencillez y la falta de ‘pose’ reside su brillantez. La valentía de Soriano es la de Walsh en Operación masacre, Arlt en Los 7 locos, Cortázar en Rayuela o Fogwill en Los Pichiciegos. Las letras destilan algún tipo de miedo. Se siente en el corazón de los escritores y se replica en el del lector. Y tiemblan.
Desayuno de campeones, Kurt Vonnegut. Si usted no conoce nada sobre el planeta Tierra, este libro es su gran oportunidad. Divertido, desafiante y entretenido viaje a un mundo desconocido. Tan desconocido que el autor se toma el trabajo de mostrar ilustraciones de lo que describe: “Así luce una hamburguesa”, “Esto es lo que los humanos llaman vaca”. Vonnegut se ríe de todo y todos con un método fascinante. Puro desparpajo.
El mármol, César Aira. La sensación es que Aira se inspira un par de semanas y vomita páginas. Al final del proceso, sale un libro. Algunos son más sólidos que otros, pero todos conservan la misma esencia: su escritura es soberbia. Por el uso de las comas, por las maneras de contarlo, por las oraciones cortas y el nivel de detalle. La historia (¡gran edición de La Bestia Equilatera!) empieza en la descripción de un hombre repleto de problemas, mal con su mujer, inútil y sin trabajo que va a un supermercado chino a comprar algunas cosas. El dilema de la forma en la que debe darle vuelto el cajero (¿con golosinas?, ¿alicates? ¿lucecitas de colores?) se convierte en una aventura ridícula y delirante.
Menciones especiales: La palabra del mudo, Julio Ramón Ribeyro; El sonido de la montaña, Yasunari Kawabata; Crónicas de una librería, Hernán Lucas.