La única materia que le interesaba del colegio era historia. Porque le hablaban de las guerras, los presidentes y las revoluciones y él las imaginaba como películas. Pensaba en guiones, armaba una forma de contar esos relatos, imaginaba en qué lugar estaría cada persona y qué diría. Era en lo único que le iba bien.
A algunos les interesaba jugar al fútbol americano. Otros eran buenos en las matemáticas. Un sector se metía en la literatura. A él le atraía el cine. No era un pasatiempo ni algo pasajero, era una obsesión. Cuando no tenía más de 12 o 13 años, Quentin Tarantino decidió que destinaría todo su tiempo a las películas. Nada podía ser más importante que eso. No valía la pena distraerse en otros géneros ni en temas que sólo lo iban a apartar del camino, ni siquiera formar una familia.
A los 16 años dejó el colegio, seguro de que su vida no necesitaba un plan B. Vio mucho, demasiado. Aprendió todos los nombres de los actores. Supo quiénes eran los directores. Se estudió los apellidos de los productores. Entendió quiénes estaban atrás de los guiones. Y se volvió el hombre cine.
En Los 8 más odiados, su última película, Tarantino no se da por vencido. Todavía conserva la esencia del alumno que odiaba el colegio porque no era lo de él. Ahora, es un director famoso, millonario y repleto de prestigio que impone sus propias reglas a un mercado que cambió. Es un caprichoso que se declara superior a todos. Y no le faltan razones para sentirse el rey.
Filmó la película en 70mm, una idea que se aleja mucho de los estándares actuales. Fue un formato muy utilizado en los 50 y 60, con una resolución mucho mayor que las películas de 35mm, que suelen ser elegidas por la mayoría de los directores actuales. Los 70mm representan claridad, una resolución mayor: significa que posee 30 fotogramas por segundos, cuando lo normal son 24 (en El hobbit, Peter Jackson lo hizo a ¡48!). Ideales para las primeras secuencias de la película, con planos amplios, montañas, nieve y una carreta, bien a lo lejos.
El film original, el de los 70mm, tiene varios minutos de material extra, además de un intermedio. ¿El problema? Ya casi no quedan cines con la tecnología para reproducir ese formato (la última película que se proyectó con esta forma fue Far and Away, de Ron Howard, en 1992). En la Argentina, por ejemplo, no hay ninguna sala capaz de proyectarla y sólo quedó a disposición la versión digital. Y, por otro lado, qué sentido tiene ir en busca de tanta calidad cuando el relato transcurre la mayor parte de tiempo en un cuarto de un ambiente.
Pero el hombre cine, que no terminó el secundario, jamás pisó una universidad y aprendió de las películas que tenía a disposición en un videoclub en el que trabajó unos cinco años, se siente capaz de todo.
En Los 8 más odiados, un western de la nieve, es imposible no percibir sus resabios de capricho, su convicción de que es el mejor, una característica que a veces puede ser una tremenda virtud, pero también un vicio.
¿Por qué 167 minutos? Tarantino se estira demasiado. El tiempo no es un problema cuando todo fluye, pero en su última película, la extensión pierde un poco de encanto: los diálogos no son tan filosos como otras películas de su filmografía, y la dirección, aunque siempre talentosa y con un ojo privilegiado, no es tan lúcida como otras veces. Quizás por eso se perciba bastante menos tensión que en otras de sus películas.
Otra incógnita sin demasiadas explicaciones: ¿por qué decide involucrar a un narrador en el medio de la película? ¿No suena un poco a subestimación? ¿Caprichos del señor cine?
¿Y la música? Sí, Morricone debe ganar el Oscar por este trabajo. Brutalmente genial.
La historia, que bien podría ser contada en un teatro, es sencilla (como en Perros de la calle), pero lo que se nota denso es el contexto en el que transcurre la aventura de un mítico cazarecompensas (Kurt Russell, soberbio) que busca depositar a su asesina (Jennifer Jeison Leigh, monstruosa) en la horca. Estados Unidos terminó de disputar hace poco una guerra civil que dejó huellas imposibles de borrar. La política se mete en el medio (como en Bastardos sin gloria), imposible de amagar. La cuestión racial, también (como en Django sin cadenas).
A diferencia de otros relatos de Tarantino, todo vuele a previsible.
A Los 8 más odiados, una buena película que no hace disminuir el prestigio del director, le falta el toque. Uno se queda esperando que algo revolucionario y distinto esté por venir, pero nunca llega.
Es el último capricho de Tarantino, que ya anunció que filmará dos películas más, como para retirarse en lo más alto, con la idea de no hacer una película sin sentirse en lo más alto de la ola intelectual y creativa. Y no hay mucho que se le pueda endilgar, porque el hombre cine lo sabe todo.
My Best Friend’s Birthday (1987). Una película completamente amateur, que no llega a cumplir con mínimos requisitos de calidad. Por un incendio no del todo explicado, de este film sólo existen 37 de los 69 minutos originales. Pueden verse algunas ideas de Tarantino: alguna secuencia de “artes marciales”, diálogos veloces, permanentes referencias al cine de los propios protagonistas, personajes desenvueltos y verborrágicos. Tarantino quería actuar, y acá se da el gusto.
Perros de la calle (1992). Le habían dicho que la edad promedio de un director para estrenar su primera película era a los 30. Y se obsesionó con anticiparse. A los 28, regaló una verdadera joya del cine. Impuso un estilo revolucionario. Tarantino sabe que las películas son una especie de rompecabezas: la mayoría de los directores eligen construirlo de izquierda a derecha o de arriba a abajo. Pero él no. Él empieza por lo último, luego se va hacia abajo, pasa por la derecha y la izquierda. Y todo se vuelve distinto. El rompecabezas, al final, tiene sentido.
Pulp Fiction (1994). Tarantino da un paso más hacia la grandeza: a lo original y diferente le agrega el toque cool y divertido. Con esta película termina de afinarse y culmina un estilo, una forma de hacer cine y contar las historias. Un relato con algunos de los mejores diálogos de la historia del cine, ni más ni menos. Samuel Jackson, en la gloria.
Jackie Brown (1997). Nunca se deja ver esta película sin la sensación de que hay algo repetido, que ya pasó. Un film que tiene algún que otro momento encantador, pero menor. Tarantino se aleja de lo violento y abraza un estilo mucho más clásico. Algunas cosas le salen bien: Max Cherry, el personaje que se enamora de la tramposa azafata Jackie, es encantador. Es el homenaje que el hombre cine quería hacerle al género Blaxploitation, con una negra (la mítica Pam Grier) como protagonista.
Kill Bill I y II (2003/2004). El tributo de Tarantino al cine de artes marciales. Probablemente el período de mayor lucidez e innovación. Hay demasiadas secuencias de esta película (presentada en dos partes) que quedan guardadas en la memoria por lo brutal e impresionante. Tarantino impuso la música de este film para siempre. Así de grande fue la renovación. Uma Thurman interpretó a una de las heroínas más grandes de la historia del cine. Épica.
Death Proof (2007). Sin dudas, la peor película de Tarantino. Una historia que no debería ser más que un corto y se convierte en un film fallido. Sólo hay toques de inspiración en este particular relato de chicas que se animan a combatir a un villano que parece imbatible. El hombre cine se pasó de rosca. El estilo clase B se percibe demasiado y queda a mitad de camino. Sólo algunos momentos de lucidez.
Bastardos sin gloria (2009). A un estudiante de cine habría que mostrarle la primera secuencia de esta película, en la que Tarantino da una clase de cómo transmitir tensión, miedo y, a la vez, algo de esperanza. La interpretación de Christoph Waltz, en lo más alto. Luego, el film, con un cierre bastante anticipado, tiene un montón de excesos y un nivel de violencia altísimo, que no parece justificarse del todo. El nivel de delirio distrae. Pero todo vale por la primera secuencia…
Django desencadenado (2012). La gran obra maestra de Quentin Tarantino (con el correspondiente pedido de disculpas a Perros de la calle y Pulp fiction). El film tiene todo lo que el hombre cine es capaz de ofrecer: una historia contada de una manera tan sutil y particular que bastan unos minutos para reconocer el sello del creador. El contexto duro y aleccionador de la esclavitud previo a la Guerra Civil es evidente, pero el poder de la película pasa también por otro lado. Al doctor Schultz (Christop Waltz, verdadero maestro de la actuación), un cazador de recompensas que mata criminales para la Justicia, le interesa ganar toda la plata que pueda. Django (Jamie Foxx), su inesperado ayudante esclavo, sólo sueña con volver a estar con su mujer. Schultz, un ser sensible para la época, que aborrece la esclavitud, intentará ayudar a Django a conseguir su objetivo hasta las últimas consecuencias. Música (tremenda banda de sonido), fotografía, ritmo del relato, personajes. Todo es perfecto.