Show Me a Hero: el rey sin corona

“Fui hasta el tope de lo que se puede llegar en televisión sin tener una audiencia”

El rey sin corona se mueve con la tranquilidad del que no tiene el trono pero sí el poder. El rey sin corona sabe que es el mejor y no necesita adoradores ni falsas alabanzas. El rey sin corona carece de popularidad, pero le sobra prestigio. El rey sin corona no precisa seguir protocolos, hace lo que tiene ganas. El rey sin corona cuenta con seguidores: son fieles, lo aprecian y le reconocen su talento. Saben que le falta la corona, pero no tienen dudas. Es el mejor, el rey.

Casi todos hablan de The Walking Dead. Las redes sociales se cansan de debatir sobre Game of Thrones. La revolución Breaking Bad no parece haber desaparecido del todo, mucho menos la de House of Cards. Él tiene su círculo de fieles asegurado, sí, pero no juega en las grandes ligas del consumo. Hay pocos que hablan de él. Hay pocos que saben que David Simon mira a todos desde arriba.

Lo volvió a hacer. En Show Me a Hero, su última serie, Simon regala su menú de especialidades, sin la necesidad de repetirse. Como ya lo hizo con la extraordinaria The Wire, la brutal Generation Kill o la conmovedora Treme, el periodista-guionista logra tocar las fibras íntimas en un producto que, como todo en su carrera, goza de una calidad inmensa.

Nick Wasicsko (Oscar Isaac, brillante) es un concejal sin demasiado poder de Yonkers, una tranquila ciudad en las afueras de Nueva York. Las cosas cambian de un día a otro y, casi de repente, se convierte en alcalde, el más joven de la historia de Estados Unidos. Como líder, deberá hacerse cargo de una de las crisis sociales más profundas: la construcción de viviendas públicas, donde vivirá gente pobre que no tiene acceso a una casa digna, en diferentes zonas de clase media de Yonkers. Su camino será un antes y un después. Tendrá una ida, no una vuelta.

David Simon, uno de los grandes narradores del siglo XXI, que parece ver todo lo que pasa desde algunos escalones más arriba, cuenta con delicadeza a la ficción como la vida. Wasicsko tiene la decisión de hacer cumplir la decisión del juez de construir las casas para los pobres, pese a lo que prometió en campaña y la constante presión de los vecinos blancos con más poder. ¿Qué es lo que mueve al alcalde? ¿Cuáles son sus móviles? ¿Y si no hubiera una patriada ni un acto de heroísmo? ¿Si sólo fuera una decisión? ¿Está bien que se muestre así a un personaje? Nick entrará en una ola de la que no podrá salir. Lo arrastrará, lo hará comer arena, lo hará sentir mal (“Show me a hero and I’ll write you a tragedy”, es la frase de F. Scott Fitzgerald en la que está inspirada la serie). 

“¿Sabés lo que amo? Amo la maldita televisión que se supone que no debería estar en la televisión?”, dice Simon.

Basada en una historia real, la estructura tiene cosas de The Wire, con las dos caras de los barrios bajos, la decisión fiel de no contar todo con la típica estructura de buenos y malos, y Treme, con la idea de relatar un mismo foco desde diferentes miradas. La historia recorre de manera coral las situaciones que deben atravesar los que viven en Yonkers: los políticos, los blancos de clase media, los negros que venden drogas, los inmigrantes latinos. Show Me a Hero, de HBO (¡cuándo no!) habla de la bajeza de la política, lo cruel de la calle, lo bruto de la ignorancia, lo admirable de la familia.

Los tiempos de la historia, como siempre, son sutiles y nunca se apuran. La construcción se hace ladrillo a ladrillo. En 1987, Yonkers no estaba preparada para nada. Los blancos creían que un barrio de negros sólo podía emparentarse a drogas, asesinatos y peligro. Por eso, hicieron todo para evitar que sus barios tuvieran a “ese tipo de gente”.

“¿Es Omar mejor personaje que Stringer? No sé…yo quiero quedar afuera de eso. Escuchar a la gente sobre qué temporada de The Wire le gustó más…no está mal. Pero no me interesa. No es justo que alguien me diga ‘no me gusta cómo mataste a Omar’. Ponete en la línea. No me importa un carajo”.

Bajo un exquisito tono de relato clásico, Show Me a Hero transmite melancolía y sensación de abandono a la lucha. Todo lo que pasaba en 1987 todavía parece percibirse en buena parte de la sociedad estadounidense.

La historia, con un ritmo lento y paciente, va de menor a mayor. En el medio atraviesa algunas turbulencias y el relato pierde un poco de fuerza. Sobre el final, el avión tiene un aterrizaje perfecto.

La marginalidad de la sociedad de Estados Unidos, la crueldad de una guerra en la que no pasa nada, el dolor de una tragedia que no se repara y, por último, los prejuicios y traiciones de un tipo de gente achatada. David Simon, en realidad, no necesita temas como para pintar sus historias. Apunta alto, no tiene vergüenza y, hasta ahora, siempre cumplió su objetivo: el rey habla ni más ni menos que de la condición humana. Sus series son una especie de manual para vivir. Todos los caminos conducen a sus obras.

Y qué le va a importar si alguno piensa que es demasiado pretencioso. Él lo sabe, aunque no lo diga. Es el rey y, cada tanto, le gusta actuar como tal.