Victoria: lo inolvidable de la intensidad

El tiempo suele ser un justo punto de medida. Cuando los meses destruyen los primeros aplausos porque algunas cosas que parecían únicas se volvieron del montón, entonces la película no era digna de tantos elogios. Pero cuando pasan demasiados calendarios tachados y el film permanece ahí, vivo, es muy probable que la obra sea verdaderamente significativa. Victoria, del alemán Sebastian Schipper, que pudo verse en el Bafici 2015, es una de las que parece que va a quedar ahí para siempre.

La principal razón por la que Victoria es (será) una película con resistencia al paso del tiempo es la intensidad. Todo en este relato -grandilocuente, arriesgado, ambicioso y brutal- tiene que ver con el ritmo y la transmisión. La película es como una bomba de emociones. Primero, la intriga. Después, la tensión y el miedo. Luego, la tranquilidad y el enamoramiento. Unos minutos más tarde, la adrenalina. Sobre el final, la pena. Cuando el film termina, se siente como si se hubiera hecho un gasto físico muy grande. Los músculos se perciben agotados y la cabeza parece a punto de estallar, completamente colapsada.

Victoria tiene unos 20 años, es española, vive en Berlín y se siente sola. Parece desesperada por encontrar a alguien. Prueba en boliches, habla con los barmans, busca seducir. Pero nada. Hasta que encontrará a la pandilla ideal para su situación. Cuatro berlineses que viven el día a día al borde del peligro. Son como los protagonistas de El odio, la gran película de Mathieu Kassovitz. Jóvenes con las raíces rotas que no pueden adaptarse a la sociedad europea, que los barre como si fueran hojas que deben ser removidas de las alcantarillas y las veredas de las impecables ciudades. Viven en los barrios bajos, resistiendo a base de pequeños robos e ilegalidades. Y ella está tan frágil, tan sola, tan frustrada -se sabrá después- que se siente seducida por lo que reconoce muy bien que está mal. Pero le gusta la transgresión, porque se siente viva -parece- por primera vez.

La intensidad de la historia tiene una explicación evidente: la película está filmada en una sola toma (la grabación no se corta nunca, empieza en la primera escena y termina en la última, dos horas y media después). El hecho de que no haya ningún tipo de descanso en la narración hace que el ritmo sea frenético, inabacarble. Es como si un escritor armara su libro sin puntos apartes ni capítulos. Hay que tener todo muy planificado para conseguir que esta idea, que cuenta como gran referente a El arca rusa y tuvo en Birdman un intento similar pero con muchas más “trampas” evidentes, sea exitosa.

Schipper, el director de la película, aseguró que se trata de una secuencia sin ningún tipo de interrupción ni arreglo digital. Algunos dicen que en realidad son tres tomas diferentes. Otros claman que el director grabó el film tres veces y se quedó con la mejor versión. Lo cierto es que el resultado final es muy bueno, más allá de los vicios evidentes. El uso de la música en off no tiene sentido y le saca realismo al relato, los últimos 20 minutos de la historia se vuelven algo densos y estirados y, por último, un error que podría considerarse grave: en el momento en el que los amigos de Sonne entran al café de Victoria se ve la cabeza de algún colaborador de la película, que rápidamente se corre del plano (!).

Si el director dice la verdad, entonces Victoria sería una obra maestra por el nivel de perfección y calidad. Si no es así, entonces quedaría de todas maneras el mérito de la intensidad, esa sensación verdaderamente imborrable que resiste al tiempo.

[Victoria tiene otras funciones hoy, a las 21.15 (Village Recoleta), y el jueves, a las 22.15 (Village Caballito)]