Jafar Panahi no le tiene miedo a la muerte, tampoco a la cárcel, mucho menos al encierro. En la sangre lleva la valentía de los grandes artistas, esos que dejan a la vida en segundo plano cuando creen que su obra es lo más importante. En Taxi, su última película, ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín 2014 y proyectada en el Bafici 2015, el director iraní regala un valiente canto a la libertad. Emociona, mueve los cimientos.
En 2009 fue detenido por el régimen de su país por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”. El 20 de diciembre de 2010 fue condenado a seis años de cárcel y sancionado a no hacer cine por 20 años, además de la prohibición de viajar al extranjero y conceder entrevistas. Un año después, dio su primer mensaje con Esto no es un film, una obra maestra realizada en su propia casa, en la que Panahi le avisa una y otra vez a quien lo filma que lo que hacen no es una película. En 2013 llegó Cortina cerrada, un relato en el mismo tono. El director iraní se lleva todo puesto y deja su punto de vista muy claro: su voz no se puede hacer callar, el cine no se puede callar.
En Taxi, la apuesta es mucho más arriesgada. Panahi vuelve a filmarse a sí mismo, aunque esta vez como conductor de un taxi que deambula por Teherán y sube a todo tipo de pasajeros. La película no es un documental: bastan unos minutos para entender que los personajes que interactúan con el director son actores. Pero, a la vez, el film tiene demasiado realismo y algunos elementos de la no ficción. El relato se cuenta por completo en la calle, sin ningún tipo de control de las situaciones que pueden pasar afuera del auto desde el que se filma todo.
El mensaje de Panahi es hasta aquí el más desafiante de todos: ¿así que no me dejan filmar? ¿así que no puedo salir de mi casa? Acá tienen: pongo cámaras en todos los lugares de un auto, armo un guión, junto a un grupo de actores (que parecen arriesgar mucho más de la cuenta por ser parte de esta película) y denuncio mi verdad. Más allá del valor que tiene su lucha, algo imposible de no evaluar para calificar al total, la película es buena de por sí.
Desde el taxi que maneja Panahi se pueden ver muchas caras de Irán. El tráfico caótico, los semáforos que no se respetan, los bocinazos, las casas grandes con patios enormes, las mujeres que van en el asiento de atrás si hay un hombre, la forma en la que ellas se cubren el rostro, la obsesión e incongruencia de las tradiciones relacionadas a la religión. Todo se siente muy vivo, fresco. La película es una road movie que por momentos se permite reír. Aunque llega al tono de la sonrisa, siempre se percibe una sensación de encierro y malestar para el director: sí, Panahi se ríe, pero queda claro que tiene el corazón partido, la cabeza perturbada y la voz al borde del desgarro.
El iraní va a mandar mensajes para nada sutiles (por momentos, faltos de elegancia y demasiado directos). Denuncia la censura en las escuelas, la tiranía con las mujeres (se menciona el caso de una chica que fue presa por ir a ver un partido de vóley a un estadio), la falta de consenso, el arrebato a la privacidad, el atraso cultural.
La película da un sentido extraordinario de lo que es la libertad: casi nunca se puede quitar. Taxi es una conmovedora declaración de principios, un canto de un director que necesita despojarse de las cadenas que arrastra hace ya demasiado.