“El viento está levantándose… debemos tratar de vivir”, Paul Valery
Jiro corre en un campo que parece infinito. El pasto, de un verde bien oscuro, está alto y, con el viento, se mueve para un lado y otro con violencia. Comienzan a pasar algunos aviones y él sube a una colina con la idea de apreciarlos lo más cerca posible. Admira la suavidad con la que vuelan. Viajan despreocupados, como si no tuvieran un destino y vagaran por el aire sólo para que el paisaje sea un poco más hermoso. El sol los hace brillar. Casi no generan ruido. Él mira asombrado. Se imagina que algún día podrá crear un avión mucho más lindo y eficiente. Se entusiasma con la intención de concretar un deseo que arrastra desde que es chico. No tenía más de ocho años cuando, resignada la ilusión de ser piloto por tener astigmatismo, le declaró a su mamá que quería convertirse en un diseñador de aviones. Jiro no quiere despertar nunca. Pretende soñar hasta el infinito.
Con The Wind Rises, película que estrenó en 2013 y que llegó a la Argentina ¡dos años más tarde!, Hayao Miyazaki lo hizo otra vez. Todo indica que se trata del último film del extraordinario director japonés. Si es así, se habrá retirado a los 73 años con una verdadera pintura hipnótica. Bella y triste. Desafiante y aleccionadora. Conmovedora y eficaz. La película cuenta la historia de Jiro Horikoshi, un brillante ingeniero aeronáutico japonés que diseñó buena parte de los aviones de su país durante la Segunda Guerra Mundial. De todas sus creaciones, se destacó por el Mitsubishi A6M, o Zero, uno de los más potentes de la época y la gran estrella de la aviación japonesa. El relato atraviesa casi toda su vida, desde que es chico hasta la adultez. El film retrata a un personaje obsesivo, apasionado y talentoso que parece vivir sólo por su arte, aunque también atraviesa una historia de amor tan desgarradora como única con Naoko.
Como Miyazaki, Jiro no para de dibujar. Primero, imagina. Después, calcula. Por último, ejecuta. Diseña aviones como nadie porque no sólo es inteligente y cuenta con conocimiento, sino porque no le tiene miedo a la imaginación. Es imposible no trazar un paralelismo con otro Jiro japonés, un amante del sushi, y unirlos bajo el término de shokunin, una especie de clase social que se adquiere a partir de una forma de sentir el trabajo. La palabra quiere decir “artesano”, aunque el contenido es mucho más amplio. Es una obviedad: Miyazaki también es un shokunin. Pero no sólo eso. También es el artesano más grande.
La película parece un punto medio entre dos títulos emblemáticos del Studio Ghibli: La tumba de las luciérnagas (1988), por el realismo mezclado con la crueldad de la guerra en un Japón carente de esperanzas y destrozado económicamente, y Porco Rosso (1992), con el deseo de exhibir la adrenalina y el mundo de la aviación, una de las obsesiones del director japonés. Salvo en los sueños de Jiro, el film no recurre a la fantasía, quizás el punto más fuerte de grandes obras maestras como Mi vecino Totoro (1988) o El viaje de Chihiro (2001). En tiempos de ignorancia y desinterés, el film acumula uno y otro guiño literario. Se menciona a Thomas Mann, Saint Exupéry, Ursula K Le Guin y Paul Valery, entre otros. La música del otro gran maestro, Joe Hisaishi, es sincera y contundente. Se luce.
“En mi infancia, tenía un fuerte sentimiento de que estábamos peleando una guerra muy estúpida”, dijo Miyazaki cuando le preguntaron sobre su película y el supuesto costado bélico que mostraba parte de The Wind Rises. Las declaraciones fueron tomadas casi como una ofensa para el sector conservador de Japón, actualmente en el poder. El primer ministro, Shinzo Abe, tiene la intención de transformar a las Fuerzas de Autodefensa en un ejército, entre algunos de los intentos de cambiar un poco el perfil y retomar parte de la esencia de principios del siglo XX. Por todo eso, explotaron. Los de izquierda también se quejaron porque el protagonista del film creaba aviones que luego fueron usados para matar gente. Ningún sector entendió a Miyazaki, un artista que se cansó de proclamar paz y fin a todo tipo de violencia. En la película, parece evidente que el director pretende mostrar que el arte de Jiro fue tomado para una actividad tan terrible como repudiable. “Los aviones son hermosos sueños. Los ingenieros convierten los sueños en realidad”, dice el protagonista. Es decir, es la guerra la que se adueñó del arte de Jiro para su beneficio. El protagonista no piensa en política ni en supuestos enemigos. Sólo dibuja aviones.
Hay en el argumento algunos elementos de confusión. Por momentos, la historia pasa a tener algún tinte de policial, cuando a Jiro le avisan que es espiado por fuerzas extranjeras, y hasta político, en el momento en el que los alemanes se niegan rotundamente a permitir ver sus avances en los aviones a los japoneses. En esas secuencias hay algunas referencias de Miyazaki que parecen resaltar cierto nacionalismo japonés que no tienen demasiado sentido.
Cada creación de Miyazaki tiene una o dos secuencias que permanecen para siempre, revolotean en la cabeza y sacuden el corazón. En The Wind Rises es la del terremoto de 1923, cuando Tokio queda reducido a nada. La forma en la que se mueve el tren en el que viaja Jiro. El estilo para mostrar la destrucción de las casas. La desesperación de la gente, el detalle de las caras. La sensación de calor ante los incendios. La multitud que va para un lado y otro. Los transportes colapsados. Imágenes imposibles de olvidar que quedarán impregnadas. Es una película realmente hermosa, pese a que la historia no deja de ser difícil de digerir.
El viento está levantándose. Esparce el fuego que dejará una ciudad destruida. Produce daño en los pulmones de Naoko, la gran compañera de Jiro. Impide el paso ligero de los aviones. También sacude a un paraguas, lo hace volar y, en un instante de magia, genera una gran historia de amor. Dispara a un sombrero que generará otra coincidencia extraordinaria. Bailará sobre el pasto en algún otro sueño. Es parte del contradictorio camino que genera tantas rispideces y una sola certeza: sólo queda tratar de vivir.
“¿Quién ha visto el viento? Ni yo ni tú. Pero cuando las hojas cuelgan temblorosas, el viento está pasando. Deja que el viento…te lleve estas alas”.