“El periodista era un fiscal de oficio que veía, pensaba y opinaba. Ahora es un negociante que oye y repite. Acaso más apropiadamente dicho: un showman”
La orden no puede ser más directa. Constancio Vigil, dueño de El Gráfico, ingresa a la oficina de Dante Panzeri con una hoja en la mano. Es un escrito firmado por el aquel entonces ministro de Economía, Alvaro Alsogaray. El título: “Habla Alsogaray”. Un panfleto. Primero, se niega a publicar el contenido. Después, cuando entiende que no tiene otra opción, se desespera. Corre, agarra su artículo sobre el River-Boca de 1962 (victoria del Millonario por 3 a 1 con dos goles de Artime y uno de Delem), y lo destruye. Si la empresa en la que trabajaba había tomado la decisión y no la podía impedir, necesitaba liberarse. No quería que su nombre figurara en esa edición.
“Ni la popularidad ni el gustar son los objetivos de la misión periodística”
“Habla Alsogaray” salió publicada en la página 5 de ese número. Dante Panzeri renunció a El Gráfico después de 13 años, en los que tres trabajó como director. La secuencia tiene un capítulo menos resonante pero mucho más relevante. Panzeri pidió como condición despedirse con una tapa creada y pensada por él. En la imagen hay un jugador de River que camina hacia la cámara, desafiante. Parece tener el pelo levemente engominado. Usa pantalones cortos negros y los tiene acomodados arriba del ombligo. Luce unas medias blancas desgastadas. Lleva puesta una camisa de mangas cortas con la banda roja unida por botones. De fondo, el Monumental repleto. En el campo de juego no se observa a nadie más: “Antonio Báez. Justicia para un olvidado”.
“El Gráfico no es una tienda ni una fiambrería. Entre el cliente y la verdad seguimos optando por la verdad, que entendemos es la mejor manera de defender al cliente”
Los que lo vieron jugar dicen que Báez fue uno de los grandes cracks de la historia del fútbol argentino pese a que, por una razón u otra, nunca logró trascender demasiado. Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera y Loustau. Le tocó ser suplente del quinteto más famoso, el de La Máquina. Tenía miedo a volar en avión, lo que lo alejó de partidos importantes. Jugó en Platense, River y Millonarios de Bogotá, entre otros. Báez había dejado de jugar al fútbol hacía diez años cuando Panzeri decidió llevarlo a la tapa de El Gráfico. Es probable que en esa época ya no fuera reconocido en la calle. El ídolo que no fue, a esa altura, era uno más.
“Yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan”
“A muchos les parecerá extraño. Otros pensarán que tienen en sus manos un ejemplar viejo. Pero nuestra portada de hoy tiene una explicación. Antonio Báez fue un jugador injustamente relegado en el fútbol argentino. Y al analizar las causales de esa situación, El Gráfico reconoce su parte de culpabilidad. Por eso, partiendo del reconocimiento de nuestra injusticia hacia Báez, dedicamos a éste número de hoy. Pretendemos saldar nuestra deuda con esta PORTADA A UN OLVIDADO (sic)”. El texto, a un costado de la entrevista real, carecía de firma. Pero no quedan dudas: lo escribió Panzeri. Fue su último trabajo para El Gráfico.
“Con la verdad se vende menos pero se gana más”
Se escribió mucho sobre Dante Panzeri en los últimos dos años. Se reeditaron sus libros, Fútbol, dinámico de lo impensado y Burguesía y gangsterismo en el deporte, además de la extraordinaria publicación de Dirigentes, decencia y wines, una edición a cargo de Matías Bauso, que recopila 99 artículos escritos en El Gráfico, El Día, Satiricón y La Prensa, entre algunos de los medios más importantes en los que trabajó. Panzeri era distinto. No tenía una pluma refinada pero sí directa y contundente. Su virtud estaba en lo conceptual. Pensaba al deporte, lo analizaba como un fenómeno social. Criticaba al fútbol, describía formas de jugar, estilos. Opinaba, se declaraba completamente parcial (queda claro: para él, la objetividad en el periodismo es completamente inexistente). Se anticipaba, no tenía miedo de ir unos pasos más adelante que el resto. Su virtud más grande es evidente. Tenía ideales irrompibles. Quedarse sin trabajo era una cuestión menor si estaban en juego sus creencias.
“El fútbol moderno no existe. Solamente existe el fútbol en dos escalas cualitativas: bueno o malo”
En El Día, el diario más vendido de La Plata, le agradeció al Milan su victoria ante Estudiantes en la Copa Intercontinental de 1969 “en nombre de la salud pública argentina”. A Bilardo, uno de los símbolos del conjunto de Osvaldo Zubeldía, lo llamaba Carlos Salvador “Alfileres”. Despreciaba las formas de ese equipo. ¿Por qué sacar ventaja del rival? ¿Por qué pensar obsesivamente en el adversario? ¿Por qué no divertirse? El fútbol, al fin y al cabo, es un juego. Los que así lo entienden son los que mejor lo practican. Se opuso a la organización del Mundial 78. La descalificó y consideró como un “despilfarro” de dinero (uno de sus textos, publicado en la revista Chaupinela, tuvo el título de “Lo que no se dice del Mundial 78″). Se dedicó a escribir partidos de fútbol como si fueran una especie de críticas repletas de conceptos e interpretaciones (la crónica “90 minutos de placer= Pelé + Santos + Racing” tiene una brillantez única). Hubiera sido un enamorado del Barcelona de Guardiola por su extraordinaria forma de sentir el juego: una identidad, una idiosincracia, una honestidad con el estilo. Juan Román Riquelme también sería uno de sus favoritos, así como en su momento lo fue Rojitas. Ambos jugadores conservan la base del crack que Panzeri destacaba: “El hombre común se forma en dos universidades. La universidad que produce doctores. Y la universidad de la calle, que produce hombres. En la formación del jugador de fútbol el proceso es parecido”. Rojitas y Riquelme tienen una maestría en la universidad del potrero.
“Los jugadores de ahora no son jugadores, son financistas. Tienen miedo de jugar. Tienen coraje para invertir. Con estos jugadores no puedo hacer amigos y es más: trato de no conocer a ninguno para sentirme mejor de salud”
Entonces, ¿qué quedó de Panzeri en el periodismo de ahora? Prácticamente nada. Panzeri es al periodismo lo que el fútbol “de antes” es al moderno: da la sensación de que nunca se va a volver a repetir. Las secciones deportivas de los diarios escriben como si no existiera Internet o la televisión. Repiten lo que ya se vio y escuchó hasta el hartazgo. Las páginas web se limitan a subirse a la montaña rusa de las redes sociales. Publican videos más o menos divertidos, tweets y no mucho más. El fracaso tiene muchas razones: miedo, falta de talento, corporativismo, aburguesamiento, carencia de ideas, escrituras limitadas (que quede claro: este periodista forma parte y es tan responsable como cualquier otro profesional), un público poco dispuesto a aceptar al que intenta ir un poco más allá. Lo que nunca se dijo es que, por más de que se haya hablado mucho de él en el último tiempo, Dante Panzeri es el verdadero olvidado. Su marca no quedó registrada en ningún medio. Sólo aparece cada tanto, como una ráfaga, en algún que otro periodista. Hasta ahora, nadie le hizo verdadera justicia.
“Este libro no sirve para jugar al fútbol. Sirve para saber que, para jugar al fútbol, no sirven los libros. Sirven solamente los jugadores…y a veces ni ellos, si las circunstancias no los ayudan”.