Se despierta con un insoportable dolor de cabeza. Un chirrido agudo no la deja en paz. Perdió la memoria. Está en una casa que no conoce, aunque recuerda algunas cosas a partir de alguna que otra imagen del pasado que le aparece como un flashback. Tiene unos 30 años y es linda, pero está demacrada. El pelo desprolijo, la cara dormida y la ropa sucia. Atraviesa la casa a paso lento y sereno. Le cuesta moverse. Sale. El vecindario, con árboles y mucho verde, parece lindo. Llega un auto. Baja una persona enmascarada. Tiene una escopeta. La empieza a correr. La quiere matar. Alrededor empieza a aparecer gente. Todos tienen celulares o cámaras. Graban la situación. No dicen nada. No intervienen. “¿Qué carajo les pasa? ¿Por qué no hacen nada?”, grita la chica mientras corre desesperadamente.
La secuencia intenta describir una situación demencial. Black Mirror es la muy buena serie que muestra este tipo de perversiones y locuras. Dos temporadas (2011 y 2013) con tres capítulos cada una, todas historias independientes y separadas. 2.0. 3.0. Era digital, de las redes sociales, de la tecnología. Como se llame. El foco de estas historias tienen que ver con la forma en la que se vive pero también con la manera en la que se podría finalizar si el mundo termina de dormirse y cede.
A diferencia de algunos clásicos de la ciencia ficción (Blade Runner, El planeta de los simios, Volver al futuro o La naranja mecánica), la sensación es que no falta mucho tiempo para que varias de las cosas de las que se cuentan sean reales. Algunas, que parecen una locura, irrumpieron sin pedir permiso y ya forman parte de la vida. Quizás por esa razón Black Mirror sea tan perturbadora.
¿Qué cosas del futuro se cuentan? En el tercer capítulo de la primera temporada, The Entire History of You, las personas tienen la posibilidad de instalarse detrás de una oreja una especie de chip que les permite grabar todo lo que viven para luego poder reproducirlo, cuando quieran, como forma de película. Un hombre se obsesiona con la infidelidad de su pareja y recurre a esta tecnología de manera adictiva hasta las últimas consecuencias.
En el primero de la segunda temporada, Be Right Back, una joven se queda devastada tras la muerte de su novio en un accidente de auto, tras diez años de estar juntos. Gracias a un software que logra copiar cómo era la persona que murió a partir de mails, tuits y todas las redes sociales, la chica no puede desprenderse ni aceptar el dolor de la muerte y sueña, mientras habla con una especie de robot, que su gran amor todavía sigue vivo. Una casualidad (o no): a principios de año se lanzó livesOn.org, una aplicación que permite tuitear después de muerto.
Hay muchos elementos más en el resto de los capítulos: sociedades que funcionan con gente que debe pedalear en una bicicleta fija para mantener los derechos básicos de alimentación, salud y vivienda. Reality Shows que determinan qué tipo de vida tendrán las personas (cantantes estrellas o prostitutas). Dibujos de animación capaces de competir seriamente en una elección para convertirse en una de las figuras más importantes del mundo.
La serie, británica, algo desconocida en Estados Unidos y prácticamente ignota en latinoamérica, pretende ser dura y directa y lo consigue a la perfección. Por momentos, Black Mirror es algo exagerada y extremista, pero no cae en ningún tipo de dictamen barato. Lanza un relato abrumador pero real: el mundo perdió demasiados valores. Una gran mayoría de la gente, a partir de la adicción a las tecnologías y al sobre uso de las computadores, vive cada vez más infeliz. Cuidado: esto es lo que podría pasar en caso de continuar en este camino, es uno de los mensajes.
Todo se hace a partir de un cuidado quisquilloso (las actuaciones son muy buenas, la filmación también) y una inteligencia sobria. El género, que podría ser una especie de thriller, impone un vértigo y suspenso muy bien logrados. La pretensión de la serie no parece ser la de mostrar que la tecnología es mala, sino que el hombre la utiliza de manera incorrecta. No se muestran robots que salen a matar gente, aunque probablemente sí gente que se quiera matar por algún tipo de robot.
Charlie Brooker, el creador de Black Mirror, es un inglés de 42 años con muchas ganas de mostrarse desfachatado, desinteresado y feliz. “No se trata tanto de imaginar un futuro distópico, sino de adentrarse en ese terreno fronterizo en el que las cosas más insensatas son posibles. Indagar en las secuelas de esa droga que es la tecnología”, dijo en una entrevista a El Mundo. Y agregó: “Pongamos Twitter. Hay pocas cosas hoy tan divertidas y útiles. Sin embargo, puede llegar a ser adictivo y bastante deprimente. Yo mismo lo tuve que dejar una temporada. Es de locos, además de extenuante, estar todo el día dando tu opinión sobre todo lo que te pasa”.
Black Mirror (espejo negro) pueden verse en cada pared, en la pantalla de un televisor, un monitor, un smartphone. Cada uno de los protagonistas de la serie acumula una tristeza intrínseca de la que no se pueden despegar. Algunas de las secuencias que se muestran dejan una marca, ese recuerdo constante y remitente que no se termina de ir nunca. Insertan una sensación amarga. El futuro que se muestra casi nunca fascina, si no que produce todo lo contrario: ¿por qué no nací en otra época? Cuando la gente se enteraba de las noticias en los diarios y todo, por lo menos así dicen, era mucho más simple.