“La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien”. Don Draper
Está sentado en la barra de un bar. En la mano izquierda sostiene un cigarrillo. En la derecha, un vaso con whisky. Inhala el humo y lo larga con suavidad. Cierra los ojos a medias mientras absorbe el sabor del cigarrilo y, mientras lo expulsa, mira la situación alrededor suyo. Percibe la risa de una mujer que está sentada en una mesa del centro del salón. Advierte la profesionalidad del barman para servir tragos y respetar el silencio de los clientes. Piensa. Vuelve a inhalar y larga otra vez esta especie de niebla que por momentos lo hace desaparecer de la escena. Cada tanto mira el vaso de whisky. Toma de a grandes sorbos. Un trago para él es como ponerse una capa, esas que utilizan los magos para desaparecer. Cuando Donald Draper toma, es su forma de huir o, por lo menos, evadir la realidad, alejarse de lo que pasa alrededor.
Que desistan los que trabajan en el mundo del cine, los superaron. Que entiendan que su formato perdió calidad, que ya no es el mismo. Que perciban que otra forma de entretener los pasó por arriba, los dejó sin chances. Que copien, quizás salga algo bueno de eso. Que le rindan pleitesía a una serie como Mad Men, que ridiculiza al cine con verdadera maestría.
Las ideas puras de Kennedy, el asesinato de Martin Luther King, el rol de la mujer, la guerra de Vietnam, el temor a los rusos, negros, hippies y gays, la muerte de Marylin Monroe, el feminismo. Todos estos temas e historias son algunos de los trasfondos de Mad Men, una serie ambientada en Nueva York, en los años 60, que relata la vida de diferentes personajes que trabajan en una agencia de publicidad.
Don Draper, interpretado con maestría por John Hamm, es el alma de la historia. Todo pasa por él, porque todos quieren saber qué piensa él de ellos. Es el Humphrey Bogart de las series. Es lindo, poderoso e inteligente. Es egoísta pero también un hombre de códigos. Tiene vida encima, por eso siempre se le ocurren las mejores ideas para vender el producto que se le ponga enfrente. Asocia las cosas que le pasan y pasaron con lo que pueda atraer a la gente. Conoce a la gente. Peleó en la guerra e hizo trabajos de todo tipo para llegar a donde está ahora. Sabe eso con certeza cada vez que mira el movimiento de la ciudad por la ventana de su enorme oficina. Se mantiene alejado de lo que pasa en el mundo, Don Draper tiene su mundo (primero con su perfecta esposa, Betty, luego con la joven, atrevida y ambiciosa francesa, Megan. Siempre con sus tres hijos: Sally, la adolescente problemática, llena de miedos e inquietudes, el pícaro e inocente Bobby, que cambia de actor ¡tres! veces a lo largo de las temporadas, y el más chico, Eugene, ese al que nadie le presta atención).
¿Don Draper es feliz? Uno de los grandes elementos de la serie es la libertad que se la da al espectador para juzgar a los personajes. La mayoría de los hombres son infieles y tratan mal a las mujeres. Casi todos fuman y toman durante todo el día. En todo momento se quejan de las frustraciones que les produce el trabajo. Aún así, no sería demasiado osado pensar que todos queremos ser en alguna parte como Donald Draper (en mi caso, en realidad, siempre me cayó más que bien Roger Sterling, por su picardía y desfachatez). La estética de los personajes y, principalmente, los diálogos, hacen que el mundo Mad Men sea atractivo y den ganas de pertenecer a eso.
Todavía hoy deben estar agarrándose la cabeza en HBO (como casi nunca). Matthew Weiner, el creador de la serie (fue guionista de las últimas temporadas de Los Soprano) se las ofreció, pero le dieron la espalda. Resultó ser una serie de culto, que tuvo 3,5 millones de espectadores sólo en Estados Unidos en el primer capítulo de la quinta temporada (en el 2013 y 2014 saldrán las últimas dos). En Internet es especialmente popular entre bloggers y redes sociales (es la serie que más resultados genera en Google, además). Hasta hay cuentas de Twitter creadas por los supuestos personajes, como @bettydraper.
La serie parece confirmar la hipótesis de que los grandes ganadores son siempre los productos de calidad. Para el capítulo ocho de la quinta temporada, Lady Lazarus, Don escucha (“¿Cuando la música se hizo tan importante?”, pregunta) el tema de Los Beatles, Tomorrow Never Knows, del disco Revolver. Después de estar un par de minutos en el sillón, no se siente demasiado impresionado y pone fin a la canción antes de que termine (¿Don es un hombre fuera de moda? ¿Por qué, si es tan perceptivo, no logra entender lo que representan Los Beatles?). Para esa secuencia, AMC, canal que solía pasar clásicos de Hollywood y ahora asoma en el mercado como principal competidor de HBO (también tuvo mucho éxito con Breaking Bad), se gastaron 250 mil dólares. El presupuesto representa sólo el 10% del gasto promedio por capítulo.
Como un buen vino o un cigarro de calidad, Mad Men debe ser disfrutada sin apresuramientos. Saborear cada trago, disfrutar cada pitada. El desarrollo de la historia no es vertiginoso ni pretende generar adicción por ver qué pasará en el siguiente capítulo. Es como una transición permanente. Son indicios, sugerencias, gestos o reacciones que no siempre tienen una explicación directa (aunque sí la tendrá en el futuro y eso genera un resultado doblemente efectivo).
La moda en Mad Men no es un detalle menor. Tanto los personajes masculinos como los femeninos (Joan Harris, diosa número uno de la historia) generan una atracción irresistible por sus historias y contextos, pero también por lo que son físicamente y su manera de vestirse.
Basado claramente en la literatura de John Cheever, Mad Men muestra mundos sonrientes llenos de tristeza, ambientes de lujuria y placer repletos de frustración, montañas de dinero que no pueden comprar todo y comerciales de productos que no satisfacen a nadie. Sólo hacen que el juego de las apariencias (de una vida que no es) se mantenga vivo en todo momento.