Guía para disfrutar a Miyazaki: 25 películas del Studio Ghibli

Todo indica que no queda más magia para disfrutar. Hayao Miyzaki está viejo. Sobre el final del Festival de Venecia del 2013, donde presentó Kaze tachinu (The Wind Rises), el director japonés anunció que sería su última película. Por eso, aunque las esperanzas de que se cargue al hombro otro proyecto no están perdidas, lo importante es quizás revisar un historial de lo que a esta altura representa una gran obra maestra.

Esta entrada es una recopilación de los films más representativos del autor que generó tantas buenas ideas y pensamientos, que abrió nuevos mundos y repensó todo de otra manera. Con un lápiz y un papel le alcanza. Es el maestro que muestra lo que todos ven pero nadie distingue. El texto es un intento de generar una guía para los que todavía no lo descubrieron. Es un homenaje.

El castillo de Cagliostro, Hayao Miyazaki (1979). Una historia sencilla y algo frívola, lejos de las características que iban a tener las siguientes producciones mucho más ambiciosas. Divierte por las intervenciones pícaras de su protagonista, Arsene Lupin III, y no mucho más. Fue el primer paso en el que todavía no se advierte un gran desarrollo en cuanto a la creación de imágenes originales, aunque no por eso deja de ser entretenida (es espectacular la persecución de autos en los primeros minutos de la película). Es evidente la crítica al poder político, exhibido como corrupto y lejos de pretender el bien de las personas. Debut sólido, divertido y firme para lo que iba a venir.

Nausicaa del valle del viento, Hayao Miyazaki (1984). Primer cachetazo al hombre por su maltrato a la naturaleza: el valle tóxico avanza contra todos,  como si representara una especie de castigo por haber generado la contaminación que ahora sufre. Nausicaa es la primera protagonista mujer-gran heroína- de tantas que vendrán. La película explota la dificultad del hombre para asociarse y la facilidad para separarse por poca cosa. Secuencias de guerra y acción muy bien resueltas. Atrapante y con un mensaje obvio. Por momentos, estremecedora. La calidad de los dibujos es extraordinaria y la imaginación no parece tener límite. Primer gran paso hacia la diferenciación de Ghibli.

Laputa, el castillo en el cielo, Hayao Miyazaki (1986). Aunque el contexto de la historia no tiene el mismo peso que Nausicaa y varias otras películas, la fantasía creada es sencillamente deslumbrante. Todo asombra y los mundos que se muestran alertan los sentidos, una y otra vez. Laputa es otro personaje femenino inolvidable por su independencia, sentido del compañerismo y valentía. Los últimos quince minutos del film, en el castillo en el cielo, impresionan. Cada secuencia es un dibujo inesperado. Quizás, la película con mayor impacto visual de Studio Ghibli.

La tumba de las luciérnagas, Isao Takahata (1988). Una de las mejores películas de la historia del cine bélico. Primer gran film que deja el mundo de la fantasía de lado para mostrar un relato realista que toca fibras sensibles. Se trata de dos hermanos que quedaron huérfanos y pasan por situaciones extremas, en un Japón dividido, desanimado e individualista. No es una película para chicos. El relato bien podría ser utilizado como testamento de lo que no se debería repetir. La historia de los chicos resulta un panorama desgarrador y amplía las perspectivas, porque este relato no es sólo sobre ellos. La guerra queda ridiculizada. Las acciones del hombre resultan abrumadoras. Triste. Desgarradora. Especial.

Mi vecino Totoro, Hayao Miyazaki (1988). La película más simbólica del Studio Ghibli. Relata la historia de dos hermanas, Sei, de cinco años, y Sasuki, de once, que, con su mamá muy enferma, se enfrentan todos los días a situaciones complicadas. El campo se muestra como un lugar desintoxicado e ideal para las aventuras de estas chicas con el simpático Totoro, opuesto a la aturdida y acosadora ciudad. Como siempre, la música de Joe Hisaishi le agrega a las imágenes un toque maestro. El chillido y los gritos de los chicos suelen ser tomados como un ruido molesto. No en esta película. El espectador querrá que estas dos chicas peguen todos los alaridos que quieran, como para regresar, aunque sea por un tiempo corto, a la infancia divertida y pura.

Kiki delivery, Hayao Miyazaki(1989). Simpática, con algunos momentos divertidos y tiernos, especialmente la relación de Kiki, una bruja adolescente que debe cumplir con un viaje de iniciación, y su enamorado, Jiji. Como en casi toda la filmografía de Ghibli, los personajes femeninos tienen un juego principal. Es una gran manera de agregar sensibilidad, de quitar prejuicios, de homenajear a la mujer (parece un detalle menor, pero Pixar puso en primera plana a una chica recién en 2012, con Valiente, tras más de diez películas).

Recuerdos del ayer, Isao Takahata (1991). Una oficinista de 27 años viaja a Tokio y comienza a recordar su niñez, llena de buenas historias, anécdotas y personajes entrañables. Salvo La tumba de las luciérnagas, los relatos realistas fueron los menos logrados por Ghibli. Faltó el toque mágico para impresionar, para ofrecer algo distinto.

Porco Rosso, Hayao Miyazaki (1992). Mi personaje favorito. Porco Rosso es uno de los grandes anti héroes de la historia del cine. Juega con el misterio de su cara de cerdo y un pasado  valiente y doloroso. Porco Rosso sólo quiere descansar en su pequeña playa, reservada exclusivamente para él, aunque muchas veces se ve involucrado en aventuras, atraído especialmente por dinero. El amor prohibido y la frustración juegan un papel más que importante y no hacen más que agregar condimentos atractivos. Las secuencias de acción de los aviones son imprescindibles. Porco Rosso es imposible de olvidar. Es duro, reacio y solitario. Pero también tiene su costado sensible.

Puedo escuchar el mar, Tomomi Mochizuki (1993). Un relato adolescente con tono algo tonto y poco atractivo. No mucho para destacar de esta historia de un joven, Taku, que regresa a su casa tras estar un año afuera estudiando y conoce a una chica que le mueve la estantería. Resulta una historia demasiado histérica. Un paso atrás para Ghibli.

Pom Poko, Isao Takahata (1994). Divertida, atractiva y emocionante. No hay que dejarse llevar por el aspecto infantil de los protagonistas, una especie de mapaches que tienen la capacidad de convertirse en todo tipo de objetos e inclusive hacerse pasar por un humano. Es, básicamente, la guerra que el mundo de la naturaleza le declara al hombre  (la comunidad de mapaches se plantea boicotear cada acción o plan que intente destruir aún más su lugar para vivir, el bosque). Muestra también la posibilidad real de que exista un camino de unión y comunión entre las dos partes.

Susurros del corazón, Yoshifumi Kondo (1995). Los sueños de dos adolescentes enamorados contados con brillantez. La sencillez de mostrar una pequeña ciudad en sus aspectos mínimos, cada plano rescata un lugar vivo y lleno de historia. La explotación del talento, Youko, como escritora, y Kazuo, como músico. Divertida, ágil, con enseñanzas y un guión fascinante, tiene grandes momentos, como esta canción, Country Road. La simpleza y la capacidad para ser directos a veces es lo único importante.

On your mark, Hayao Miyazaki (1995). La historia toma lugar en el futuro: dos hombres averiguan que una misteriosa mujer fue tomada prisionera y deciden liberarla como sea. Una buena manera de mostrar una aventura, con mundos e imágenes únicas.

La princesa Mononoke, Hayao Miyazaki (1997). Otra heroína que carga con la responsabilidad de cuidar a comunidades (o mundos) enteros. Mononoke se encuentra en el medio de una guerra (otra más, como en Nausicaa y Pom Poko) entre los dioses de un bosque y Tatara, una pequeña colonia. Fascinante, aventuras que generan adrenalina a partir de los personajes creados y la representación del poder de la naturaleza. Mononoke es dura, salvaje y valiente. No le teme a nada y va siempre hacia adelante.

Mis vecinos los Yamada, Isao Takahata (1999). La primera y única película de Ghibli que se realizó digitalmente en su totalidad. El cambio de estilo es evidente. Lejos de los planos con muchos colores y repletos de detalles, en este film se utilizan mucho los fondos blancos con la intención de enfocar toda la importancia en los protagonistas. Takahata cuenta una especie de crónica de una típica familia japonesa de clase media: un papá, una mamá, una hija, un hijo y una abuela. Es, sin dudas, una de las películas más nacionalistas, en la que se realzan los valores y las tradiciones japonesas en todos sus aspectos (comida, tiempo libre, trabajo, forma de relación con los familiares, conexión con la vía pública, etc). Cada capítulo de la crónica termina con un haiku, la mayoría del poeta más famoso, Matsuo Basho. Un recurso que no parece funcionar del todo bien. Tiene momentos divertidos. Es probable que sea un poco larga y algo chata, sin ambición.

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El viaje de Chihiro, Hayao Miyazaki (2001). La gran obra maestra del Studio Ghibli (ganó el Oscar a mejor película de animación, en 2001). La imaginación de Miyazaki no tiene límites. Sólo hay que dejarse llevar en el viaje. Alrededor de la pureza de Chihiro hay cuestiones fundamentales: 1) la avaricia de los padres que comen y se convierten en cerdos, 2) la forma en que la bruja narigona cría al bebé, una especie de burla a los padres contemporáneos por la forma en que educan a sus hijos, 3) el miedo de comprometerse ante una situación opresiva, como le pasa a muchos de los personajes cuando Chihiro necesita ayuda, y las maneras de rebelarse, 4) la amistad, 5) el amor adolescente.

Haru en el reino de los gatos, Hiroyuki Morita (2002). De las películas más infantiles del estudio Ghibli. Por momentos, algo pesada, pese a la creatividad para crear el reino de los gatos. Un detalle no menor es que Haru, la protagonista principal, vive con su mamá y no parece tener más familia. Muchos de los personajes de Ghibli sufren y arrastran carencias afectivas. Casi siempre, se anteponen también a eso.

El castillo ambulante, Hayao Miyazaki (2004). Una fantasía deslumbrante que no deja de lado sentidos políticos a partir de una guerra, otra más, que atraviesa la historia. Quizás, la mejor aventura de todas. Una lección de cómo generar mundos nuevos. Todo en el Studio Ghibli intenta ser distinto: las armas, los vehículos, los animales, las casas, etc.

Cuentos de terramar, Goro Miyazaki (2006). Una de las pocas películas de Studio Ghibli que está basada en un libro, específicamente en el tercer y cuarto tomo de la saga La costa más lejana y Tehanu, de la escritora estadounidense Ursula Le Guin. Definitivamente, como Mononoke, Chihiro y varias más, no es una película para chicos. Por momentos busca abarcar un mundo tan grande que confunde. Fue el primer intento- fallido- del hijo de Hayao, Goro. Oscura, por momentos atrapa.

Ponyo en el acantilado, Hayao Miyazaki (2008). Otra joya de Miyazaki. “Todos sabemos que el planeta está en problemas y no hace falta que otra película más transmita ese mensaje. Pero cuando dibujo el mar, no me queda otro remedio que dibujarlo lleno de basura”, dijo el japonés. Y sí, su forma de mostrar el océano es una patada a la conciencia del hombre. Ponyo, lleno de simpatía, es un personaje que, con algo de atención, se podrá encontrar en varias otras películas de Ghibli (Pixar copió en cierta forma esta manera de divertirse y generar guiños entre sus fanáticos).

El secreto mundo de Arrietty, Hiromasa Yonebayashi (2010). Una de las creaciones fantásticas mejor pensadas y sorprendentes del mundo Miyazaki. ¿Y si existiera una especie igual al hombre pero diminuta como una hormiga? ¿Y si cada vez que nos vamos a dormir recorrieran nuestro dormitorio en busca de algún terrón de azúcar o una galletita? Parte de esa selecta “raza”, que cada vez se ve más reducida ante el paso devorador del hombre que se lleva todo puesto, es Arrietty, una chica inquieta que no deja de soñar nunca. Uno de los planteos más revolucionarios y extraordinariamente bien filmados (prestar atención a la secuencia en la que el padre y ella “visitan” una de las habitaciones de la casa en la que viven). Magia pura. Otra vez.

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Desde la colina de las amapolas, Goro Miyazaki (2011). Es inevitable. Cada una de las películas del Studio Ghibli tiene un toque especial. Hay una serie de elementos que enamoran: las formas de los dibujos, los pequeños detalles, la música. Pero probablemente el foco más importante esté en la necesidad de contar historias que tengan varias cosas para decir. En esta película, dirigida por el hijo de Miyazaki, se pinta una especie de reconstrucción de Japón, algunos años después de la Segunda Guerra Mundial y previo a los Juegos Olímpicos de 1964. El relato cuenta una historia de amor adolescente, entre Shun y Umi, una joven que, tras la ausencia de sus padres, ocupa en su casa el rol de líder. Mientras tanto, en el colegio de ambos, un grupo de revolucionarios, soñadores e idealistas defiende como puede un edificio antiguo que alberga diferentes asociaciones (astronomía, filosofía, periodismo). Sencilla y emocionante.

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The Wind Rises, Hayao Miyazaki (2013). Una apuesta fuerte: Miyazaki se animó a terminar su carrera con una película realista (para mí, Studio Ghibli siempre hizo mejores creaciones cuando la fantasía le ganó a lo humano y convencional) que roza puntos complicados para la historia de Japón, como el terrible terremoto de 1923 y la Segunda Guerra Mundial. El resultado es el de una pintura sencillamente hermosa. Cuenta la historia y obsesión de Jiro Horikoshi, un legendario diseñador de aviones que vive obsesionado por su trabajo y su gran amor, Naoko. Bella y triste. Desafiante y aleccionadora. Conmovedora y eficaz. El film parece una mezcla perfecta entre La tumba de las luciérnagas y Porco Rosso. Para leer la crítica completa sobre esta película, click acá.

THE WIND RISES. © 2013 Nibariki - GNDHDDTKEl cuento de la princesa Kaguya, Isao Takahata (2014). Una película que termina de confirmar los estilos paralelos de los dos grandes talentos de Ghibli. Miyazaki se vuelca por los mundos imaginarios, los personajes alejados de la realidad, las escenas surrealistas. Takahata, por el otro lado, se siente más a gusto con el realismo. Lo deja en claro en La tumba de las luciérnagas y lo ratifica en esta extraordinaria película. Más allá de que el relato parte de una idea fantasiosa, el tono en el que se cuenta tiene que ver con el estilo Takahata. Cada plano del film está hecho a mano a través de miles de fotogramas. El estilo de dibujo es muy parecido a Mis vecinos los Yamada. Pero esta nueva prueba tiene una evolución muy marcada. El cuento de la princesa Kaguya destila calidad, hay magia en cada una de las secuencias. Es sencillo hipnotizarse con los colores, las formas, la estética. Aunque se trata básicamente de pinturas de acuarela al estilo antiguo en movimiento, todo se percibe extraordinariamente verosímil. Impresiona. Queda claro: por su tiempo para contar el relato, no pretende ser una historia popular ni fácil. Hay que tener paciencia, saber disfrutarla. Un repaso por la película mucho más amplio, acá.

kaguya-1050x572Cuando Marnie estuvo ahí (2014), Hiromasa Yonebayashi. Uno de los puntos más flojos de la filmografía de Ghibli. Una película que respeta los sentidos estéticos (los detalles, la paleta de colores, la música) y no baja la calidad de producción, pero que tiene algunos huecos en el relato, que se acerca más a ser una historia confusa y sin desarrollarse que otra cosa. Anna es una adolescente que no puede disfrutar, que hace tiempo escondió su sonrisa. Un viaje a la casa de sus tíos, en las afueras de la ciudad, será la oportunidad única para descubrirse un poco más. Marnie, el personaje clave de la película, es una joven rubia que aparece y desaparece misteriosamente de una casa sobre un lago en el pueblo en el que Anna pretende cambiar su vida. La película dará un giro que abraza el tono de fantasía como tantos otros films de Ghibli, pero se aleja de la claridad y la simpleza. Algunas cuestiones quedan sin desarrollarse del todo y otras parecen demasiado bruscas, como si se acabara el tiempo para hilvanar por lo que atraviesan los personajes. Para leer la crítica extendida, click acá.

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 La tortuga roja (2016), Michael Dudok de Wit. La primera película de Ghibli no japonesa. ¡Aire fresco! De la mano de Takahata, productor ejecutivo del film, este director belga regala una joya a la altura de las grandes obras maestras El film es una especie de retrato existencial, gigante y ambicioso. En menos de una hora y media, el pincel presenta a la vida misma en una historia en la que no termina de quedar claro si se trata de un sueño, una fantasía o qué. Cuando una obra destruye a los paradigmas normales y se anima -con tan buenos resultados- a explotar otras cosas, deja una huella imborrable, como las pisadas de un hombre sobre una isla desierta. La tortuga roja es mucho más que una película: es un sueño hermoso del que nunca quisiera despertar. ¡Para leer la crítica completa!

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