Esta vez, Cannes no se equivocó

“Me parece que ya te estás pasando al costado “intelectualoide”, que elogia todo lo que dicen los críticos”, fue la respuesta de mi papá, luego de que le contara que El árbol de la vida, de Terrence Malick, me había parecido una gran película. Por suerte, tenía una prueba para rechazar su teoría: hace unos meses había escrito que El hombre que recordaba sus vidas pasadas, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, que ganó la palma de Oro en el Festival de Cannes del 2010, era inaccesible, simplemente inentendible (aunque los sabios cinéfilos argentinos la elogiaron como la gran obra maestra del año). Pero, en este caso, me pongo de pie y, con un toque de alegría, pronuncio: Cannes no se equivocó con El árbol de la vida.

“Entrá a YouTube y buscá un video con las imágenes más hermosas del mundo. Escuchá alguna ridícula música de ópera. Abrí una Biblia y empezá a leer algunos pasajes de manera aleatoria por dos horas y media. Ahora, si alguien te pregunta si viste este film, podrás decirles que sí”. Es el principio del texto -bastante original, por cierto- de uno de los usuarios del sitio Imdb.com, que calificó a la película con una estrella sobre diez.

Cuando la señora O´Brien (Jessica Chastain, de brillante actuación) les dice a sus tres hijos que su papá se había ido de viaje, se arma una fiesta improvisada y genuina. Hartos del maltrato, la dureza y la innecesaria exigencia del padre (personaje que interpreta muy bien Brad Pitt), los chicos se sienten libres, felices. Persiguen a su madre, que también se muestra aliviada, con una lagartija en la mano. También la abrazan, una y otra vez. Se mojan con el agua de la manguera del jardín. Ríen con fuerza, gritan. Una secuencia brillante que muestra que a veces se necesita muy poco para ser felices cuando el mundo resulta ser una pesadilla diaria.

Una de las grandes virtudes de El árbol es mostrarnos a los personajes desde su propia mirada de las cosas. Así, cuando Jack, el hijo mayor de los O´Brien, tiene unos tres meses, el director revela lo que el bebé puede ver desde la posición en la que está, sostenido en el hombro derecho de su mamá: se percibe cómo siente la respiración de ella, mientras le mira el pelo rojo y su oreja, el árbol arriba de su cabeza y los insectos que se mueven en el pasto.

Hay temas, como la muerte, que también se exhiben desde diferentes puntos de vista. Cuando la señora O ´Brien recibe la carta que dice que su hijo, de 19 años, murió en la guerra (el principio del film es, cronológicamente, el final de la historia), no tiene consuelo. La vida ya no tiene demasiado sentido para ella. “Quiero morirme para irme con él”, dice.

Cuando uno de los amigos de los O´Brien se ahoga en el río, el hijo mayor se pregunta, con dolor, por qué su papá no lo salvó (el padre estaba descansando a pocos metros de donde jugaban los chicos en el agua). Siente furia porque una figura mayor y omnipotente como la de él no pudo evitarle pasar un mal momento, quizás el peor hasta ese período de su vida. En el cementerio, cuando entierran a su amigo, el hijo mayor se mantiene serio y reflexivo, afectado. Sus hermanos menores, por el otro lado, ríen, se golpean, luchan en el piso. Todavía no entienden a la muerte. Hasta que, pocos días más tarde, uno de ellos, preocupado, le pregunta a su mamá: “Mami, ¿vos no te vas a morir, no? No sos vieja para morirte”.

Mientras miraba la película, varias veces me dieron ganas de detenerla para anotar todos esos detalles, llenos de magia y sabiduría. Hay muchos más temas, igual o mejor retratados en las más de dos horas de film: la educación (cómo repercute en los hijos cuando un padre es demasiado severo, cómo el hijo mayor paga los platos rotos simplemente por ser el primero), la amistad (el permanente desafío de los chicos entre sí, desde atar un petardo a una rana hasta poner el dedo de una mano en la mira de una escopeta con balas de goma), el papel secundario de la mujer en la educación de sus hijos en los 50´ (la madre, en general, no interviene en las excesivas reprimendas del padre), la familia (Jack, el hijo mayor, termina convertido para sus hermanos menores en lo que es su padre, distante y enojado) y muchas cosas más, como la furia contenida del personaje de Brad Pitt, que le pide a sus hijos que actúen, que vayan a buscar las cosas que quieren, porque si lo hacen tarde, entenderán que la vida ya les pasó de largo. La frustración por ser alguien en la vida (¿qué significa ser alguien en la vida?).

Todo eso, retratado con una de las fotografías más maravillosas y un ojo evidentemente especial, que retrata momentos como nadie (la secuencia en la que el papá le enseña a caminar a su hijo, es simplemente extraordinaria).

El árbol de la vida podría dividirse en dos películas: la primera es la que relata la vida de esta familia (sin principio, nudo ni final, pero llena de grandes acontecimientos). La segunda, es el intento de mostrar la historia del mundo, con dinosaurios, volcanes, animales, plantas, mares y montañas. Ahora, ¿cómo relacionar a los O´ Brien con un dinosaurio en una misma película? El intento de Malick es ambicioso. Y para Crónicas de calle, efectivo. La película contrasta el drama familiar con la inmensidad del universo. El director nos muestra que mientras sufrimos por una muerte y lo sentimos como el fin de todo, en realidad la rueda sigue girando. Los volcanes erupcionan, los mares generan olas y las montañas se congelan. El mundo y la naturaleza seguirán su rumbo y nosotros somos sólo una parte finita e insignificante de ese universo.

Es una de esas películas que genera debate. Se ama o se odia. Te cambia la forma de ver las cosas o permanece indiferente, casi como un recuerdo malo y una pérdida de tiempo. Así como en su momento me había producido impotencia que El hombre que recordaba me hubiera parecido mala, es mucho más reconfortante coincidir con los elogios. Esta vez, es lindo poder decir que Cannes no se equivocó.